martes, 14 de octubre de 2014

Cante Jondo/ Ida Gramcko





       Releo en estos días algunos versos de Ida Gramcko (1924-1994), una de las grandes voces de la poesía venezolana, de talla continental, e incluso universal,  con la que seguimos en deuda. Ese río hondo y desbordante de su Poesía debería poder circular más allá de nuestras fronteras, pero no ha habido interés en que así sea. Ya he compartido versos suyos en este blog, lo hago una vez más con mi afecto y agradecimiento, por esas clases suyas en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, cuya profundidad no entendí y esas tardes en la Coordinación de Publicaciones de la Fundación Celarg, a comienzos de la década del 90, de tan grata memoria.

Beatriz Alicia García

CANTE JONDO


(El Universo de la Luz)
Cuando dijimos -propio es el olvido
para resucitar- hubo nostalgia.
Mas la memoria floreció en el limo
como una yerba vívida y primaria.
Memoria, vista nueva, rayo altivo,
libro su luz de muérdago y pestaña.
Pupila fiel de un ojo sin castigo
de sombras, de traslado y de fantasma,
presencia de lo que es por lo que ha sido,
legado en fresca proyección y hazaña
vierte desde el panal o del racimo
la esencia eterna de una miel gallarda.
¡La voz! Total. Formal. Su contenido
es ya una firme y límpida montaña,
valle de luz, noción de lo divino
aunque lo humano hilvane su guirnalda.
pues lo que es firme, ¿no es un cuerpo altivo
libre de muerte, tránsito y guadaña?
Así esta voz intacta en lo cumplido
que es la cima cabal de quien se labra
puede decir, nombrándose en lo vivo:
Yo fui; yo soy...Ni el ábrego me cambia.
Cuando mi grito en ávido estallido
llegó a su extremo, al fin, a lo que alarga
su voz hasta el temblor definitivo,
hasta la muerte en cima planetaria,
la muerte alada descendió hasta el trigo
con encajes de luz como una parva,
y en un galope que la ató al estribo
sostuve su mantilla en mi polaina.
Así ligados por un solo brillo
de ritmo de oro bajo un aspa gualda,
como impulsando el ancestral molino
del viento libre con la piel del alma,
salté con ella y su terrón conmigo
en un vaivén de caracola y larva.
Y cuando el pie, ciñéndose al sonido,
buscó la fuente oscura y subterránea
y agitó su compás en el ladrillo,
espejo, esencia parca de la entraña,
la danza zigzagueó como un cultivo
de tez y arcilla con lunares de agua,
con flecos de azafrán y remolino
de lluvi aterca en surtidor y en lágrima.
Hasta alcanzar su tempestad, su estilo
de muerte viva y ataúd que salva
su propia sombra con andar festivo
que holló maderas y aventó la savia
en inmortal relámpago encendido
mientras el trueno cabalgó en la tabla.

Pero hoy la muerte lanza en torbellino
cuernos de hollín en mímica macabra.
¿Quién gana, al fin, el canto, o el mugido?
¿Triunfa una res o un corazón se guarda?
¿Ha de romperse el vértigo o el hilo
que me liga a la muerte y en el asta
de un peine cruel, como vellón caído,
colgar mi cruz sin crédulo y sin peaña?
¿O he de volar hacia otra luz, postigo
de la sublimación?¿Esa es mi audacia?
Todo es oscuro, de ciprés endrino,
de pan moreno, de limón y albahaca,
de ahorcado tricolor en el zarcillo
y tiesto de geranios con sanguaza.
Pero el lamento acoge como un nido
pegado al tronco fiel de la palabra:
¿Por qué cambiar destino por destino?
Si patrias hay, legítima es la patria
y aunque el héroe sonámbulo y hendido
fluya sangrando en la desierta plaza,
vuelve el ser de la voz como un abrigo
salvando el ceñidor de la cizaña.
Blanco, ceroso, de azahar activo,
un rostro abre la boca y se desgarra
en el cero inmortal del alarido
que hunde en el sol su dentadura de alba.
Y todo es blanco, de corcel calino,
de pan de alféizar, de estallante enagua
y seños que apacientan el corpiño
entre puntillas de papel de estraza.
De voz escrita, porque al fin escribo:
todo es un pie danzando en la montaña,
la mano vegetal subiendo el pino
de la noche estelar que descalabra
con el tacón que mueve en su pistilo
la castañuela viva en la castaña.
Todo es unión de cántico y camino.
La voz agita el sol con su zaranda
y el paso como un punto suspensivo
rompe la frase del silencio y habla
como ruedos de cartílago y tomillo
y entre volantes de osamenta y dalia,
desde el tictac, el péndulo  y el brío
de ¡alto, yo vivo con el hueso en mi halda!

¡Materia al fin! Y al fin de lo vivido
como una vida nueva y solitaria.
¿Por qué borrar su aliento en un suspiro,
para qué transformar su abracadabra?
Un día bajo el sol, cuando el sentido
más profundo del ser monte su carpa,
cuando haya hermanos ciertos junto al trigo
y acémilas de amor donen su vianda,
cada quien será suyo en lo cumplido,
cada quien será eterno en su prestancia.
Prestancia del clamor, carne del trino,
hombre de un ¡ay!, impávida guitarra,
tranquila palidez, vergel de olivo,
dolor dorado en hóspita naranja,
bajo tu pena, mediodía en vilo,
bajo la reja de tu angustia huraña,
arde el clavel atávico, prendido
al ritmo universal como a una falda.
¡La voz! Se clava como un dardo en filo
en los senos colgantes de la parra
y sangra raudo el lamparón del vino
manchando los mandiles de la calma.
Gime el espacio como un cuerpo herido
con el puñal del cántico en la espalda.
No es ya la emanación del acerico,
sino la misma aguja que se arraiga.
No es ya la sangre ideal. Sobre el oído
pesa un grito tangible con su fauna.
El grito lanza un toro de rocío
en mitad de la arena hospitalaria.
El grito vuelve, sólido, vestido,
con banderillas de oro en la garganta.
¡Mira! Es la voz, en círculo, en ovillo,
en puño audaz, en redondel de capa...
Grito, no más, mas grito sostenido
con brazos, con mejillas, con neuralgia...
Los Grecos alargados por el grito
y el Cristo aullando con su esponja amarga
tienden sus plumas como intenso pico
con púas de flamenco y de calandria.
Y vuela en torno un pájaro contrito
oteando el polvo, el cráneo y la maraña.
Ese es el ser, el trágico abanico
que mueve el viento lóbrego y lo amarra
con óseo varillaje en cuyo friso
despiertan lentejuelas cuando irradia
su sangre de alamar o empuña el grito
sosteniendo las lágrimas de España.


Ida Gramcko