PÓRTICO
A veces la página no levanta el universo que buscas, no reviste el dolor que guardas, no se atasca en el espejo que por momento sueñas. A veces, la página se yergue, enemiga y hosca, más sola que tu voz, llena de pieles que puedes desprender como si fueran tuyas, son tuyas, sangran, se reconocen, te miran. Se ríen de ti. Tu no cejas en la espera, y abres las manos como quien alista un cuenco de inocencias, como quien enmudece en una vigilia de magias, como si no supieras que estás allí, en el medio de cualquier habitación, peleando, forcejeando, rondando una palabra que no quiere cederte sus conjuros. Estamos tendidos a la orilla del lecho de un dios que se cansa. Hace ya años que nadie nos mira, que nadie tiende su asomo a las palabras que intentamos forjar. Nos doblega el estigma, es escozor, es némesis, es grito. No hay siquiera el momento más humilde para lo que el tenor de nuestras voces trazó sobre el mundo. Pero no estamos solos. Desde allá, desde el cierzo, en la otra orilla -que es espejo y umbral de la que nos aloja-, el cómplice nos ronda y nos observa.
LUGAR
Entre libros, siempre entre libros, en ellos las instancias del juego, los paseos del encierro, la fruición de la fabla y de los nombres. En ellos la noción de no ser otros, de no alcanzar el tímido derecho a algún espacio. Abiertos, siempre abiertos, universos de puertas al campo, constitución de mis paredes todas, agua, sonido, miedo, alrededores, compañeros del sueño y del delirio, me circundan ahora, me miran. Saben que vivo en ellos, por ellos, desde ellos, entre sobre tras con bajo ante ellos, y que el rito nocturno es la memoria de la fusión de mis más viejas vidas. No en vano, en la primera, mi nombre fue Ozymandias -me llaman, sí, también, Ramsés segunda-, y fundé, sobre la arena adusta del hervor, la más antigua de las bibliotecas.
PROSA
a Salvador Tenreiro
Suelo dejar los versos para andar los caminos de un mínimo cuaderno de bitácora. Aquí está, escondido en los pliegues de la estirpe azarosa de los días, guardado en el arcón de los secretos; huele a salitre, a encierro, a húmeda voz de viajes no surcados.
En él queda constancia de mi austera ficción de navegante: horas, noches, oleajes, el ábrego, el alisio, las nubes y el siroco, todo lo que recorro y me adivina.
Es el libro de viajes de mi entera existencia, libro anuencia de ínsula que soy, diario de nauta, prosa del curso de la nave que aliento. No cabe allí la orilla de los versos: la extensa travesía de mi vieja y quebrada carabela no quiere que el cuaderno quede pronto sin hojas. Por eso es el discurso, la línea concebida en su extensión, la solidez del flujo de las aguas, la palabra que viaja y que decurre. Gaviero, bogavante, galeote o palinuro, sea esquife o balsa su ardua vestimenta, el cómplice sabrá, después de mi naufragio, que la prosa es la anuencia del poema.
LOURDES SIFONTES GRECO
(Estos textos pertenecen también al libro "De cómplice y amante", lamentablemente no tengo otro de los libros de textos poéticos publicados por la autora. Los he posteado a petición de Laura, gentil lectora de esta bitácora, habiendo comprobado, además, que no es fácil encontrar textos de la poeta en la web, o inclusive en físico. Intenté contactarla a través de Facebook, pero no he obtenido respuesta por el momento)
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