Entre las formaciones y dispersiones,
las novedades y el desgaste,
las nervaduras y ramificaciones
del crecimiento -¡claro!-, hacia la muerte,
pues ningún otro fin sino la inercia mortal
tiene que crecer -no acaba de ser olvidada,
borrada, sepultada, abolida,
la nostalgia del origen.
¿Nostalgia de volver a nacer?
¿De regresar al Uno fetal?
¿De recobrar la lisura, la blandura,
y la protección femenina, perdidas?
¿De ir descubriendo las formas,
los otros, las alianzas primaverales,
los sonidos de la vida, las palabras
y los hechizos?
Más que eso: no saber del tiempo
causa, de angustia y conciencia,
andar por la extensión del instante
sin saber de las ruinas
y de las fauces rugientes
del porvenir devorador,
sentirse invulnerable
presente ensanchado de expansiones
en la continuidad azarosa del mundo.
La cacería empezó con el imperio del tiempo,
con el crecimiento. Se cazó ferozmente
a la eternidad, se acabó con la fauna
intemporal, las palabras monteros,
tramperos, batidores, ojeadores,
perseguidores implacables,
acechadores del silencio,
extendieron sus redes,
sus hoyos disimulados,
sus camuflajes estratégicos,
sus circuitos depredadores
hasta exterminar el sentimiento
de estar siempre vivo y sin tiempo.
Pero no hay modo,
en cualquier chispa de júbilo
sin ganancia, sin objeto,
en cualquier estallido
de silencio interior elocuente,
cuando el parloteo se detiene
y la soledad universal resplandece,
el origen sigue siendo.
Juan Liscano
(Poema tomado del libro homónimo del poeta y ensayista venezolano Juan Liscano (1915-2001) "El origen sugue siendo").
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