Hace ya varios meses que había abandonado esta Bitácora poética, mi anterior entrada se remota a los días en que murió mi padre, en marzo. Podría decir que la sobrevivencia se ha vuelto una prioridad en mi país, Venezuela y la mayoría de nosotros nos hemos avocado a eso, a la sobrevivencia, porque se ha hecho cada vez más cuesta arriba. Pero sin dejar de ser cierto, que he debido utilizar buena parte de mi tiempo al trabajo, debo admitir que ha habido también un componente emocional, un distanciamiento con lo poético, lo literario, salvo alguna que otra lectura ociosa y los textos que leí para los talleres literarios que he dictado. No es la primera vez que ocurre, es decir, que dejo abandonada esta Bitácora, y merezco todos los reproches y abandonos que hayan podido ocurrir. La idea de los blogs es que sean constantes. Pero nuevamente regreso, como los amantes inconstantes, para seguir compartiendo textos de algunos poetas que voy leyendo o releyendo. Querido lector casual, o amigo que venías siguiendo mi Bitácora, comparto esta vez dos textos de Jesús Montoya, un joven poeta venezolano, de la zona andina, el estado Mérida, a quien escuché leer sus textos, hace algún tiempo, en la librería caraqueña ubicada en el centro de arte Los Galpones, librería Kalathos, y me conmovieron hondamente.
POEMAS DE JESÚS MONTOYA
He visto tus ojos nacer en los míos. He bajado por
tu mirada como una escalera eterna para encontrar al mar. El primer viaje crece
en sus colores. Ya no habrá una mentira que valga. Tengo la cara retorcida y el
destino roto, el magnífico destino, brillante, brillante. Ahora vendrán todos mis
amores perdidos como un centenar de olas a acurrucarse en mis pies. Te odio. Te
odio. La honestidad me está matando. Le conté a mi hermano que tus ojos son
maravillosos y se burló de mí. La honestidad es una huella. Le dije a tres
amigos que me hice poeta cuando mamá intentó matarse y ninguno me creyó. La
honestidad me aturde. Escribí poemas sin parar a los quince años para olvidar
mi pasado y todavía lo recuerdo. La honestidad es imprudente. Mi padre me
abrazó con sus lágrimas una mañana en la cárcel
de ese pueblo. La honestidad es un sueño. No recuerdo lo esencial de mi
infancia. No he vagado en su rendija. La honestidad me contempla. Arrastro el
corazón contra el suelo. Me he enamorado tantas veces que perdí la fe y con ella el mismo amor. La honestidad
es una estrella. He vivido de la culpa y del odio. He interrumpido mi estupidez
con un grandioso beso que me olvidó para siempre. He bajado desde tu mirada y
el mar se ha vuelto un muelle en las tinieblas. Si pudiese huir de este
infierno no lo haría. Si consiguiese dejar de imaginar el ritmo de las cosas no
podría. Noches de mis años, canto como la primera vez. Noches de mis años, me
han llevado hasta el fondo y ya no sé para quién hablo. La honestidad es una
cicatriz, canta conmigo.
*
Ángel callejero, ala de lluvia, estoy
hecho un desastre.
Perdóname, todo lo que abrazo es he-
lado.
Tengo marcados los sellos
de las discotecas en las manos toda-
vía,
no encuentro el camino a casa
y lloro en cada hombro ajeno
que consigo por la calle.
No creo que ningún poema venga a
mí sin un castigo,
todo poema nace del infierno y mis
palabras son espejos.
Ángel, angelito, delicadamente estoy
hecho un desastre,
los perros que más amo tienen la piel
de la calle
derramada en
ella, bordada, estre-
cha, desnuda,
ven cada ojo como un cielo,
son estrellas,
y yo soy un desastre, angelito,
muchacho etéreo, cabrón.
Llevo años escribiendo noches,
escondido,
noches enteras escribiendo años.
Soy inmóvil como el olvido, acalora-
do tocando el pasaje
y la ruta que desaparece con mi
cuerpo,
inmóvil, como el olvido.
Busco contar una historia
donde se asiente esta chaqueta em-
papada,
donde el cielo sea un labio
y no una esperanza en la noche vieja,
busco contar una historia
y encenderla con este yesquero vacío,
busco que esa historia me cuente y
me arrastre,
me cuente y extrañe,
me cuente desde el fondo del agua
y de la risa del viento que reposa
en mis pulmones rotos.
Ángel, ahora el corazón es una pala-
bra
que palpita,
quiero ser esa palabra
en lo más hondo de mi vida,
en lo más hondo del amanecer que
invento
volado y solitario
en las aceras agrietadas que mar-
chan conmigo
en mi desventura,
voy perseguido por una palmada en
el hombro
por un golpe que me hizo imaginar
los ojos de este poema,
ángel callejero, viejo amigo,
sigo el sendero con el espíritu en la
punta de los dedos,
sigo el sendero con el sonido de las
motocicletas
que me hacen correr
hasta tomar buses donde duermo
soñando las canciones de la radio
y el silencio claro del paisaje,
quizá también sueño el tiempo,
quizá también sueño que mi agresiva
voluntad
destruya lo que más quiero
junto a la piel roída de las noches de
mis años,
ángel, conozco canciones que se han destruido
antes de ser cantadas,
y yo soy así,
soy como esas cosas que se acaban
sin saber que mueran.
*
Me acusan incansablemente
de arrastrarme junto a los equivocados
en el sendero equivocado.
Me acusan y señalan con sus dedos temblorosos
cuando mis ojos descansan
en un sueño distinto, lejano.
Me acusan por aplastar una a una
mis pasiones sin arrepentimiento,
por traicionarme al escribir poemas
desde una voz insensata
que destroza en su recorrido las ventanas.
Estoy decidido a ser el primero que echen
a la calle de sus asquerosos recintos,
pues mis ojos apuntan hacia todas las direcciones
que marca el viento con su paso.
Me acusan de ser invisible
aunque esté tan cerca como el aliento,
pero mi soledad no sabe cómo comportarse.
Me han insistido que sea feliz desde la ausencia,
y he fracasado.
Me han invitado a pudrirme en la locura
como las hojas amarillas cuando cambian su color.
Me han maltratado por tener esta memoria larga y
sucia
hecha de caricias.
Pues bien, les digo:
Soy el movimiento fino
con que el cielo cambia de rumbo a las estrellas.
Acúsenme,
nada traigo en mi defensa más que la humilde pena
de quien ama las palabras.
Vengo con el rostro hueco
por esta sonrisa adolescente
que inútilmente se me va borrando,
que inútilmente se me va quedando en otra infancia.
Mi voz se mece en los jardines y se pierde en el
espacio.
Nada traigo en mi corazón,
no me acusen porque cante.
Nada traigo desde el precario
y misterioso río del tiempo.
Nada tengo más que el lamento
de quien en silencio busca la distancia.
Acúsenme,
medité la alegría y la perdí.
*
6 de agosto
El licor desaparece en los apartamentos oscuros.
Piensas cada palabra poseído, sobreviviente,
creyéndote salvar la danza, aquella gran mentira que eres, aliento y vómito
tras la risa del ahorcado. Piensas cada hoja hija lastimada y se corre la
nación hacia otro infierno. Arqueamos una palma de la mano en cada línea de mi
voz infectada milimétricamente infectada por esa pasión innoble que la cubre.
Cubierto pecho caída de mi voz vamos. Santo de lágrimas, risa y lumbre contra
los patios perdidos. Una pradera rota junto al árbol de gran sombra nos cobija
enteros, porque tú. Tú frente al golpe, el pensamiento ya no habita otro lugar,
el brillo de las palas subiendo por tu cuerpo, la tierra es un cráter, una
araña tejida en la mejilla de la muerte.
Jesús Montoya
Mérida, Venezuela, 1993. Licenciado en Letras por la
ULA. Su libro de poemas“Las noches de mis años” fue uno de los ganadores del
Concurso de Autores Inéditos (Monte Ávila Editores, 2014). “Hay un sitio detrás
de los incendios”, su segundo libro, recibió el I Premio de Poesía
Hispanoamericana “Francisco Ruiz Udiel” (Valparaíso Ediciones, 2017).
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