Ante la
realidad, francamente voraz, que estamos viviendo en Venezuela, acudí a mi
biblioteca en búsqueda de sosiego y me dirigí a los estantes de Poesía. Entonces,
encontré este hermoso libro, Fe de errantes 17 poetas del mundo, que conjuga poemas e imágenes visuales,
las dos cosas que más me han acompañado siempre, las dos cosas que más he amado
siempre, porque son las dos cosas que me han dado más profunda alegría, más
profundo sosiego. Este libro, publicado por Otero Ediciones en 2006, fue
compilado por Edda Armas y Lihie Talmor y la edición estuvo a cargo de Roberto
Martínez Bachrich. Las imágenes que lo ilustran son grabados de Lihie Talmor,
una de las compiladoras, y Juan Manuel de la Rosa.
Desde muy pequeña me amisté con las
imágenes, a través de los álbumes de fotografías que papá fue tomando durante
más de seis décadas. Fotos de nuestra familia, pero fotos también de sus
amigos, de procesiones religiosas, paisajes, fotos de la ciudad. Allí había
también, fotos de mis antepasados, fotos de los abuelos y tíos abuelos, que no
conocí, porque ya habían muerto cuando nací, fotos incluso de la bisabuela
paterna, Avelina. Pasé tardes enteras viendo lugares y rostros en Caracas, en
Suiza, en París, en New York, lugares donde papá vivió a lo largo de su vida.
Luego, cuando crecí, empezó a gustarme ver pinturas, grabados, ilustraciones.
La Poesía llegó mucho después, porque no había lectores de Poesía en mi casa.
Empecé a leer y escribir poemas ya adulta, cuando inicié mis estudios de Letras
en la Universidad Central de Venezuela, en los años ochenta, tenía ya casi
veinte años. Pero la Poesía llegó para quedarse.
Como 17 son muchos poetas para
compartirlos todos con los posibles lectores de este blog, he hecho una
selección de algunos de los textos leídos, aquellos que han hecho mayor
resonancia en mí. Según nos explican las compiladoras, el criterio de selección
hace referencia a un doble significado, a aquella persona que no tiene ancla,
que va de un lugar a otro, un sinónimo podría ser nómada; pero también hace
referencia a aquella persona que yerra, que se equivoca, esa acto tan humano,
que pueden cometer las personas errantes y las no errantes también, por
supuesto. Agradezco a sus compiladoras el haber descubierto algunos poetas cuya
obra me era desconocida, particularmente los hebreos, pueblo cuyas expresiones
culturales ignoro casi en su totalidad, pueblo marcado precisamente por la
errancia.
Beatriz Alicia García
marzo 16, 2019
sobre todo llueve
y me importa
esto es bueno ahora
cuando todo
mi ser está turbio como la noche
me da tristeza y es bastante
pensar me trae recuerdos
y me importa que llueva
y olvide un poco
es necesario dejar de uno un tanto
quedar así
a solas
y que ellos se vayan
es importante que llueva
que llueva
y se llene
de agua todo el patio.
Reynaldo Pérez Só
Para morirnos de otro sueño, 1971.
FLORES DE CACTUS
a Pancho Vives, in memoriam
Hojas de papel en trozos cuadrados,
colillas de Camel en el pasto verde
de abril,
pedazos de vidrio como collares de
dioses
desaparecidos hace siglos y algo
vulgares,
un carrete de máquina de escribir
sucio, exangüe,
contra la superficie de lava
petrificada y basalto.
Por aquí pasó el hombre: una pelota
de fútbol
marchita hace meses compite, carmesí
deslavado,
con el color de la sombra del árbol.
Pegados a la naturaleza rala,
puentes de significado voluble
entre ocio y desierto,
entre desecho y función,
arqueológicos y no odiables,
en fragmentos los objetos conquistan
la perpetuidad que los hombres no
tienen:
la presencia del adolescente que pasa
del amante que busca un refugio,
del filósofo absorto en Lacan
es efímera a pesar de los gritos
cambiados,
de la lágrima o del concepto
vertidos,
en aquel lugar, allí,
donde la roca está circundada de
hiedra
y un prado de cuatro metros de lado
vive bajo un encino aromático.
Ven, abandona el paseo mecánico
e inventa conmigo una nueva
excursión.
Tal vez encontremos un cactus
que con las primeras aguas bebió
la savia, la memoria del mundo,
cuyas espátulas guarden el calor de
esta tarde,
cuyas espinas lo hagan irredento
a la curiosidad, al acecho del tacto,
cuyas flores, satines en la aspereza,
hablen de ellas y de ti y de mí
sus compañeros inarqueológicos,
no residuales,
materia a camino del polvo,
imperceptibles después
de nuestra breve explosión.
Horacio Costa
Cuadragésimo,
1996.
Aquí golpeaba airadamente el padre
sobre la mesa
causando un temblor de cristales, una
zozobra en la sopa,
volcaba el jarro de su autoridad
aprendida, de sus miedos,
de su ternura incapaz de balbuceos.
Adelantaba su dedo acusador y el
silencio
era como una puerta obstinada que
defendía a los niños del llanto.
Aquí sólo hay ahora una mesa de
cedro, unos taburetes,
un modesto frutero que alguien hizo
con doméstico afán.
¿Dónde los niños,
dónde el padre y la madre
arrulladora?
La tarde esplendorosa asoma añil y
roja detrás de los vitrales.
Y pareciera que tanta paz, tanto
silencio pesaroso
fuera el golpe de Dios sobre la mesa.
Piedad Bonnet
El hilo de los días, 1995.
ALTO DEL PEREGRINO
¿Qué tierra es ésta
en que los ciegos, en negra caravana,
erráticos, tanteando, a tropezones,
caminan entre escombros, sobre
lápidas?
Es mi tierra, señor, y aquí hay días
tan claros
como la frente de un niño que sueña.
¿Qué islas son éstas, pues, en que de
noche
navegan por los aires los fantasmas
y se oye el lloriqueo de las viudas,
y las campanas
tocan a duelo en todas las iglesias?
Aquí nací, señor, y aquí me ha amado
con su cuerpo de sol una muchacha.
¿Qué patria es ésta
en que bajan los ríos cargados de
ahogados
como barcos que ondean la enseña de
la peste?
¿Por qué en sus hospitales, en sus
patios,
en la leve veleta, en los altares,
hay cuervos y milanos y cernícalos?
Tengo una casa aquí y en cada cosa
hay palabras y sueños enredados.
¿Qué tierra es ésta que al pisar
callamos?
¿Qué dioses vengativos hacen llover
sobre sus gentes fuego?
Hace ya tiempo partieron los dioses.
Quizá, señor, no han existido nunca.
¿Qué sitio es, pues,
que no te atreves a decir su nombre?
Es mi sitio, señor, y esta es mi
suerte.
Piedad Bonnet
Nadie en casa, 1994
VIENA (EN EL CAFÉ MUSEUM)
a mi hermana Ana
I
¿Se puede penetrar en el espacio de
la memoria?
La estancia tiene forma de pentagrama,
los muros oscuros
y anchos y unos cuantos libros en las
esquinas.
Pudieran servirnos un café turco, en
toda su gloria,
para contrarrestar la fría lluvia de
primavera.
Si logramos traspasar la doble puerta
nos haremos fuertes frente a lo
extraño. Por no escuchar
el reclamo de la caverna escondo un
Jacinto azul entre la ropa.
II
Hallamos en sus muros desconchados
un juego zodiacal para protegernos
del hado,
al abrigo de la luz, al amparo de las
miradas.
Los animales del cielo nos señalan
desde sus asientos
y no podemos escapar de sus bramidos,
la fuerza del espíritu clama por el
advenimiento
de lo oculto, el grito de Sardanápalo
ya asesinado.
Los signos se repiten en la dureza de
la piedra.
III
La disciplina gobierna nuestras
vidas,
no podemos dejar de andar por las
constelaciones
para atajar la suerte en el sueño de
los antepasados.
Hasta el punto marcado, hasta el
espacio acotado,
todo es reflejo de las aguas
superiores, del movimiento
de la batuta sobre la línea negra.
El castillo de Bartók es sólo el
punto de partida,
luz y dolor para reconocernos en el
jardín cifrado.
Rodolfo Häsler
Mariposa y caballo (Libro de viajes), 2002.
LUNARIA, BARCELONA
Un hombre pasa y come manzanas, hojas
de laurel,
pasteles de almendras verdes que son un
modo
de estar, un índice de premoniciones
donde la
verdad tiene siempre lirismo agudo,
dulce ebriedad.
Llegaste a conocer la soledad siendo
todavía un
muchacho. Perseguido por ella no eres
hijo del
tiempo ni del reloj. Por comodidad rechazas la
agresión, la hostilidad, por eso, al
morir la
tarde que arrastra en ella la
mitología del
espejo, el viaje escandaloso a la
casa del planeta
de luz, todos los reflejos de la
ciudad coinciden
en tu vaso de té. Tienes el
atrevimiento de vivir
en la hoja del puñal. ¿Qué puedo
hacer yo ya, un
pobre santiaguero?
Rodolfo Häsler
inédito
DESDE LA BAHÍA
La bruma fresca
cubre a medias
esta ciudad
que apenas entreveo.
La luz, trinchera conocida
calma la soledad,
saberse aquí,
a un lado de la carretera,
en esta noche amplia.
¿Qué calles, qué siluetas,
qué recóndita esquina
esperan tras la niebla
mis pasos inseguros?
Imán (o vértigo),
la ciudad me convida
a perderme
entre su multiplicación
de voces y de espacios
y algún puente
-ahora desde lejos puedo verlo-
será la imagen
de un sueño repetido.
Me adentro imaginariamente
en la ciudad
y ella se adentra en otras calles
que de algún modo llevo dentro
en algún lado.
Y sin embargo estoy aquí,
todavía del otro lado del mar,
mirando esta ciudad celeste.
Estoy del otro lado del espejo,
y a través del espejo
me aproxima.
Carmen Villoro
El tiempo alguna vez, 2004.
Hasta aquí este abre bocas, esta
breve selección de Fe de errantes 17 poetas del mundo
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