Recientemente,
el pasado 12 de junio, estuvo de cumpleaños la joven poeta y editora venezolana
Oriette D’ Angelo (Caracas, 1990). Es egresada como Abogado por la Universidad
Católica Andrés Bello. Participó en talleres de Escritura y Poesía en el
Instituto de Creatividad y Comunicación (Icrea). Editora y fundadora de la
plataforma literaria digopalabratxt y del proyecto de investigación y difusión
#PoetasVenezolanas. Autora del poemario Cardiopatías (Monte Ávila Editores,
2016), del cual compartiré algunos textos, como afectuoso homenaje a la autora,
quien actualmente vive en Chicago, donde cursó master en Comunicaciones Digitales
en DePaul University Chicago. En la actualidad cursa el MFA de Escritura
Creativa en Español de la Universidad de Iowa. En Diciembre de 2016 publicó la
antología de jóvenes poetas venezolanos Amanecimos
sobre la palabra, editada por Team Poetero Ediciones.
Su palabra poética, muy acorde a estos tiempos que vivimos,
es contundente, afilada, pero no deja de entregarnos algo muy humano, una
naturaleza golpeada pero que resiste, que se sobrepone, que lucha contra los
avatares, que no se queja, no se rinde. Es además, una voz mujer, donde se
expresa el sentir en su doble
significado, en tanto sensación, percepción física y en tanto
sentimiento. Mas no sentimentalismo. En sus versos la voz lírica toma la
distancia necesaria para no caer en la confesión intempestiva, en el sollozo.
Esta voz es así también, una voz indudablemente urbana, citadina, no necesita
decirlo explícitamente, ella crea su contexto urbanita a través del tono, de
los referentes a los que alude.
[Sala de emergencia]
Hemos recorrido más que el asfalto. Dejamos pasar avisos de
tránsito que nos advertían del posible desastre. Nos convertimos en un
accidente que dejó estragos. Explosión de guerra avisada. Te conocí cometiendo
el delito de lanzar una bomba directo al miocardio. No medí los frenos, me
automediqué y me provoqué una sobredosis. [no entiendo cómo se desintoxica una
herida queriendo a alguien roto.] Aquí estamos, en el eco del olvido, en la
catástrofe del metrónomo. Tenemos la cronología completa de los accidentes y el
país nos ayuda a reinventar la historia. Pasamos las venas como pasamos las
páginas, pero no olvidamos. He cometido el error de quererme poco y dejar que
otros se den cuenta. Sin embargo, vuelvo sin venganza al accidente que fuiste y
lo convierto en un vendaje para no mostrar el hueso. Coloco mi herida en la
candela. Me revuelco en la miseria que dejaste. Y la muestro.
A los hombres no les
gustan las mujeres rotas
Nadie sabe que maltrata
hasta que rompe un hueso
y aun así
los morados de la piel no saben de perdones
las heridas disecadas sólo cuentan una historia
Todo cuerpo supura infiernos
todo cuerpo admite queja
admite exilio
Nadie sabe que maltrata
hasta que asesina
Nadie sabe que tiene fuerza
hasta que aprieta una garganta
luego abandona
sale corriendo
echa culpas
justifica puños
y huele a sangre
Todo cuerpo odia el desgarro
toda ausencia es un primer auxilio
Nadie sabe que es poco hombre
hasta que toca una mujer
para romperla
Quince minutos para ser
póstumo
a Yani
Ciudad de accidentes cardiovasculares. Avenidas como venas
rotas de tanta grasa. Ciudad de misiles en dos ruedas. Ciudad de Yani Conte
asesinado. Sueño incompleto sin poder dormir. Dicen los cuchillos que un hombre
es un delito común, que un asesinato impune es prontuario negligente. ¿Han
visto alguna vez una mancha de sangre en el concreto? Se asemeja a una mancha
de aceite, pero más espesa, más humilde que el petróleo, más sincera. Todo lo
de Yani se quedó póstumo, y en lo póstumo, él no deja de cantar. Los cuchillos
dicen lo que la ciudad calla y aun así hablan más de la cuenta. Salgo a la
calle y veo un asesino en cada hombre. Una puñalada/dos puñaladas/seis
puñaladas. No hay número exacto en las variables del duelo. El cuerpo roto hace
entender la cobardía del ataque: la raja inexacta del asesino inexperto. El
lugar de la coincidencia: la Caracas extraviada. Tres y cincuenta y cinco.
Cuatro y diez de la mañana. Quince minutos para ser póstumo. La otra parte de
la historia está borrada por la huida.
Cobardía se escribe con [C] de Caracas. Una mano asesina es
una huella adulterada, un ADN intervenido. Quince minutos y Yani Conte no dice.
Sólo queda una ciudad para tragar en seco y recordar.
Crecer era aquello
Me dijeron que no
que no podía crecer así
siendo la muchacha mala de la historia
la que de ventana escogió mar
no juguete
tierra
y no pantalla
Me dijeron que crecer era «aquello»
no «esto»
que no
que no podía escoger querer vivir
con madre y tormenta
Tenía que escoger el paraíso
siempre así
superficial
desde la seguridad de los balcones
Me dicen que no
que no tenía por qué ver cómo hacían de madre
muñeca de trapo
Tenía que crecer lejos
desde la seguridad de la memoria
siempre así
siempre desde lo correcto
mirando hacia el piso así
siempre buena
triste.
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