Casa de pisar duro de Gina Saraceni ganó el XI Concurso Anual Transgenérico de la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana en 2011, pero su colofón de edición tiene como fecha febrero de 2013. Su autora, es quizá más conocida en su rol académico como profesora e investigadora en la Universidad Simón Bolívar. La poeta ha sido más discreta. Pero ambas transitan por los laberínticos pasillos de la memoria, desde hace más de dos décadas. Entre sus libros de poesía publicados pueden mencionarse: Entre objetos respirando (1998), Salobre (1998) y Deriva (2000). Otra pasión la atrapa: correr, es maratonista consumada. La he visto entrenando muy temprano en el Parque del Este, antes de iniciar sus labores cotidianas, mientras yo sencillamente camino un rato y estiro un poco los músculos. Conozco a Gina desde hace veinte años, cuando trabajé como Gerente de Producción y Medios para la editorial Alfa, ella también tenía vínculos con la editorial, a través de Yolanda Segnini. Comenzaba entonces su carrera académica. Leí sus primeros textos publicados como investigadora para la Fundación Celarg, indagaba entonces sobre viajeros anglosajones que habían pasado por Venezuela en el siglo XIX. Pero es su libro Mirar hacia atrás, publicado por la editorial argentina Beatriz Viterbo, lo que para mí constituye su búsqueda más interesante. En ese conjunto de textos indaga en la obra de autores latinoamericanos en la que la herencia se hace un peso difícil de sobrellevar, porque el vínculo que lleva hacia la memoria, ha sido borrado, roto, por acontecimientos muy difíciles de sobrellevar: la muerte en campos de concentración, la vivencia de una dictadura feroz. Casa de pisar duro, ya lo indica su título, también tiene como referente un acto de memoria, difícil, en tanto reconstruye espacios físicos y simbólicos heridos, de abandono, de pérdida, con la profundidad y belleza que sólo una honda poeta puede hacerlo. Comparto aquí textos de la primera parte del libro "Casalba", que es la parte del libro que yo siento más cercana, que para mí dialoga más con esa indagación en la identidad y la memoria que ha ido recorriendo la autora:
Las casas mueren cuando se vuelven árboles,
cuando una mancha vegetal las recubre
y convierte en jardines verticales.
De sus ventanas brotan raíces
que rozan el filo de las nubes.
La casa muere con el verano en la garganta.
Hubo luz un tiempo en esa casa.
Hubo vidrios limpios que acogían una
mano temerosa de que el viento los quebrara.
Hubo niños oliendo a pinos y olivares
y una puerta grande donde entraba
todo el pasado y su memoria.
Los muertos regresan a la casa,
hablan una lengua incomprensible y
levantan el polvo acumulado de los años.
Puede que aquí el tiempo se detenga
y sólo exista el instante en que la casa
se torna un paisaje fugitivo.
Todo se mueve en su cuerpo de piedra,
hasta la hoja más pequeña que se asoma
a la intemperie y se abandona.
No hay de dónde sostenerse
para seguir de pie ante la casa;
para no caer delante de sus ruinas
y volverse una planta más de que la recorre.
No se puede mirar tanto pasado
sin perderse en el hueco vertical
de sus paredes.
No se puede mirar en ese quiebre
sin pensar que alguien fue feliz en esta casa
alguien aferrado al canto de los grillos.
&&&
El niño quiso llevarse el mar a la casa
y comprendió que a la marea hay que dejarla ir.
En la renuncia se ama más cerca del amor.
Gina Saraceni
"Casa de pisar duro"
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