lunes, 1 de octubre de 2007

La paradoja de Itaca o el discreto encanto de la crónica

LA PARADOJA DE ITACA O EL DISCRETO ENCANTO DE LA CRÓNICA

En realidad el encanto de la crónica ha terminado cobrando, por lo menos en Latinoamérica, un auge considerable en los últimos años. A pesar de que “oficialmente” no es un género prestigioso, tiene una tradición que se remonta a nuestros inicios republicanos. En nuestra prensa del siglo XIX la crónica de costumbres dio inicio a nuestros primeros esbozos literarios publicados. A veces se vincula esta crónica con las de la Conquista, en tanto relato que describe y ausculta una realidad. Pero la finalidad, y el tono eran distintos. En las Crónicas de la Conquista de América no había humor ni función didáctica, como si lo hubo en cierta crónica costumbrista, la de la Conquista estuvo más cerca del relato histórico y de la rendición de cuentas a la Corona. Buscaba un rédito mercantil, principalmente. Luego los historiadores transformarían las hazañas y los asombros relatados en Historia, con mayúscula, alimentando leyendas negras y doradas. Lo que une ciertamente a ambos tipos de crónica es su capacidad de fabulación, la manera en que retrataron a los lugareños, y lugareñas del continente, e hicieron de ellos personajes. Tal como a comienzos del siglo XX Teresa de la Parra, en sus Memorias de Mamá Blanca, nos caricaturizara con su inolvidable Vicente Cochocho, su tío Juancho y las niñitas de la hacienda Piedra Azul, no sin cierta dosis de humor.

Este sábado de cercano inicio de clases, desperté temprano y recordé uno de los libros adquiridos en fecha reciente que esperaba su turno para ser leído, La paradoja de Ítaca del escritor venezolano Gustavo Valle, subtitulado “De ciudades y de viajes”. Lo compré porque no hace mucho leí unos versos del autor que me gustaron mucho, unos versos sobre la ciudad, lo urbano. Y porque la crónica, en definitiva ha venido ejerciendo hacia mí en los últimos años un seductor encanto. Todo empezó desempolvando las Crónicas ginecológicas de Elisa Lerner, luego leí otras crónicas de la autora, luego tropecé en una feria del libro con unas crónicas de Mary Ferrero, luego desempolvé unas crónicas de Sergio Dahbar, que edité para Alfadil a comienzos de los 90’s, cuando trabajé como encargada de Producción y medios de esa editorial. Luego me topé con las ediciones de la editorial Debate y compré unas crónicas de Martí, prologadas por Susana Rotker. Para no hacer más largo el cuento, las crónicas me han seguido persiguiendo. He disfrutado enormemente las de Gustavo Valle, La paradoja de Ítaca editadas en la colección Cada día un libro del Ministerio de la Cultura en Caracas. No conozco a Valle, a pesar de que somos egresados de la misma universidad, y de la misma carrera. Pero sus crónicas tienen en definitiva esa sinceridad, esa alma, que tanto disfruto de las crónicas, cuando son buenos crónicas. Sus crónicas sobre Caracas no tienen desperdicio, ni las otras crónicas que he podido leer en este rapto mañanero sabatino. Tienen esa suerte de desolación poética del escritor urbano, esa dosis de escepticismo, de vocación escapista. Va de un continente a otro, de los rincones más inhóspitos de Madrid, al paisaje invernal de las afueras de París y luego cruza el océano para hablarnos de Washington, o de un museo dedicado a Edgar Allan Poe. Dejaré aquí un fragmento de de sus crónicas de Caracas, que probablemente leeré a mis alumnos de la Universidad Central cuando hablemos del modo en que algunos escritores se han aproximado a nuestra ciudad contemporánea:

“Caracas es una ficción. Me reencuentro con ella después de varios años y veo que no ha cambiado (¿o sí?), sigue siendo el mismo espacio de lo imprevisible y lo impostergable. Desde que la conozco no ha dejado de travestirse una y otra vez, siempre sumida en una obstinada carrera hacia la metamorfosis y el cambalache. Por eso está idéntica, igualita. Fiel así (sic) misma, no hay nada que la aparte de su fantasía ultramoderna donde todo corre (y se atasca) a la velocidad de los carros (…)”.
(“Un bolero llamado Caracas”)

“Pero nuestra realidad no es dura sino blanda: carece de contornos y no está sujeta a norma alguna. Nuestra vocación de inexactitud nos hace valorar todas las aproximaciones y cultivamos el humor y el amor (y todas las ciencias inexactas) más que ninguna otra disciplina. Nuestro presente es una amalgama de oráculos y especulaciones, de tanteos y simulacros. Los venezolanos solemos pensar que todo se arreglará en el futuro. Tenemos fe en ese futuro pues somos un pueblo esperanzado. Es decir, somos irremediablemente cursis y mogijatos y ensayamos un optimismo a prueba de bombas que atenta contra toda lucidez. Preferimos las promesas a las acciones, pues las primeras son vagas y las otras categóricas. Adoramos esa vaguedad porque somos seductores, o nos creemos seductores –y en ninguna parte del mundo existen seductores pesimistas.”
(“Lo cursi y lo porno”)

Coda: Intenté ilustrar nuestro sentimentalismo a través de una imagen del cierre de RCTV, y después de dos intentos fallidos no lo intentaré nuevamente, pero dejo constancia para mis posibles lectores que en este blog se montan no las imágenes que se quieren sino las que se pueden.