miércoles, 28 de noviembre de 2007

Incertidumbre

En este momento de ansiedad e incertidumbre ¿qué puedo decir en este blog? Nunca me sentí tan pisando arenas movedizas. Desde hace 3 semanas no les he podido dar clases a mis alumnos de la noche en la Escuela de Comunicación Social de la UCV. Me siento en una frontera muy frágil. La lucha por no desesperar es de pronóstico reservado. Algunos hechos parecen llenarnos de esperanzas pero no me fío. No sé si fue Manuel Caballero, estoy casi segura que fue él, quien dijo que la mejor manera de que una pesadilla termine es despertar. Cuánto más debemos tener los ojos abiertos. Cuánto más nos van a fregar de manera cotidiana. Cuántas amenazas o represiones más debemos soportar. Cuántas bombas lacrimógenas. Cuántos canales más deben ser cerrados. Cuántos alimentos más deben faltar en los supermercados. Cuántos venezolanos más deben morir. Esto es desquiciante. Esto es inhumano. Yo no sé qué más debemos decir. Yo no se qué debemos hacer. Esto es una pesadilla interminable que no parece tener fin.

Ángel Hurtado. La resonancia de lo sublime


Ángel Hurtado. La resonancia de lo sublime.

El Tocuyo es, sin duda, una ciudad de prosapia colonial, que la memoria histórica y cultural ha llenado de resonancias. De El Tocuyo colonial ha llegado hasta nosotros el legado de aquellos maestros pintores de dorados retablos de tema religioso. Poco quizá, pero mucho si pensamos que aún hoy aquello que se hace más allá de los límites de nuestra ciudad capital raramente trasciende. Semanas atrás reseñaba en este blog la inauguración de una exposición en la galería Ascaso de Las Mercedes, de un pintor barquisimetano, desaparecido de manera prematura, sin que hubiésemos escuchado su nombre: Andrés Coirán. Por suerte, el maestro a quien dedicaré estas líneas, se armó de valor un día y salió de su ciudad natal, El Tocuyo, con la intención de formarse en la Escuela de Artes Plásticas aquí en Caracas, y a pesar de la miopía de una directora que le negó la beca para poder hacerlo, un asistente de aquélla logró concederle la ansiada beca. En este momento, en los espacios expositivos de la Fundación Cultural Corp Group en La Castellana, se ofrece una selección representativa de la obra pictórica del maestro Ángel Hurtado. 60 años de trayectoria titulada "La resonancia de lo sublime". No es éste por cierto un título azaroso ni de fácil vínculo con su obra. Al entrar en la sala nos recibe un colorido lienzo, en el que resaltan los colores primarios, homenaje a diversos pintores y escritores. Pero a medida que vamos recorriendo las salas, y gracias también al texto de Víctor Guédez, que encontramos también al inicio de la exposición, se va desentrañando el sentido del título, la relación de lo "sublime", no con lo etéreo o vaporoso, pero sí con lo trascendente, con la búsqueda espiritual, con el misterio del vivir más allá de lo obvio, de lo objetivamente cotidiano.
Para romper con la tradición hay que conocerla. Es por ello que los cuadros iniciales de la muestra pertenecen a la pintura figurativa, y más específicamente al paisajismo, el autorretrato, y una pequeña lámpara que resalta rembrandtiana. Son los años iniciales de formación. Ya en los cuadros de la década del cincuenta aparecen los colores primarios y el abstraccionismo, bandera del grupo Los disidentes, que como Hurtado, tuvieron su inevitable paso por París. Es en los sesenta que junto al abstraccionismo aparece una expresión más genuina, que puede vincularse con lo cósmico, son los cuadros que llamaré "siderales": pinturas de distintos tonos y colores, que van del azul cobalto, el verde y el rojo, a los tonos café y beige, sin que falte la negra y oscura infinitud. En los cuadros de este período, que podemos fechar a finales de la década de los sesenta, que esbozan la inmensidad del universo, además de puntos de luz, y por lo tanto de fuga, de sugerencia de otras dimensiones; hay también un juego de texturas que tiene algo de telúrico, el lienzo ya no es plano, como en su etapa abstraccionista, lo que prefigura su etapa más reciente, de la década del 90 hasta la actualidad: la etapa de los tepuyes. En los cuadros escogidos para esta exposición hay un vacío respecto a la década de los ochenta. En sus tepuyes, sin dejar las sugerencias trascendentes, el maestro Hurtado retorna a la pintura de paisajes, pero ya no hay mímesis, vínculos directos con lo real, como en sus cuadros iniciales. Hay una recreación del paisaje cargada de un onirismo marcadamente telúrico. Acompañan este recorrido diversos catálogos, fotos, algún afiche, y un video, en el cual puede verse al pintor, también fotógrafo y documentalista, en los espacios de su casa margariteña, en donde vive con su esposa desde que regresase a Venezuela. Recorridos como éste me reconcilian con el gentilicio. Gracias maestro.

Beatriz Alicia García
Noviembre 2007