lunes, 13 de octubre de 2008

Centenario del nacimiento de Miguel Ramón Utrera


Este año 2008 se cumple un centenario del nacimiento del poeta venezolano Miguel Ramón Utrera. Para los poetas caraqueños quizá su nombre no sea muy familiar, pero él formó a varias generaciones de aragüeños. Nació y vivió la mayor parte de su vida en San Sebastián de los Reyes. Sus primeros textos escritos entre 1928 y 1932 conforman "Elegía Serrana", entre 1936 y 1940 escribe "Nocturnal" y en esos mismos años, 1936 a 1944 escribe "Rescoldo"; en 1948 "Calendario de ausencia", en 1950 "Oficio de verano", en 1953 "La voz recobrada", en 1956 "Testigos del alba", en 1960 "La huella invisible"; a 1962 corresponde uno de sus libros emblemáticos "Aquella aldea", "Aires de la vida" en 1968; en 1975 "Memoria de la espiga", mientras su último libro publicado "Edades de la flor" aparece en 1982. En 1981 rechazó recibir el dinero del Premio Nacional de Literatura que se le había otorgado. Esta obra sostenida si bien se centra en los paisajes y personajes de su lar natal también nos entregan hondas reflexiones sobre el vivir humano, sus quehaceres, sus dificultades, sus quebrantos, sus alegrías. A diferencia de otros poetas del paisaje su tono y su lenguaje son prístinos, transparentes, van mucho más hacia la luz que hacia la sombra. Dice de su poesía Pedro Díaz Seijas: "Ese paisaje vaporoso, matizado por un suave sentimiento en el que la nostalgia conforma un clima de evocación íntima, se repite en casi todos lso ciclos de la poesía de Utrera, en lso que canta al arroyo, al verano, a las cigarras, a los nidos, a los racimos, exponiendo su capacidad de adaptación a los reclamos del medio geográfico (...) Utrera, a diferencia de muchos de sus predecesores, ha insistido en la maceración de un lenguaje que tiene raíces arcaicas, pero que se presta al logro de una difícil pureza, pocas veces alcanzada por poeta alguno en la historia de la poesía castellana. Si acaso Antonio Machado y Jorge Guillén entre los modernos, tuvieron el privilegio entre pocos en la península de eternizar su mensaje poético en forma excepcional". Los venezolanos estamos en deuda con este poeta puro, lúcido, que trabajó como pocos entre nosotros la imagen poética, enraizado en la mejor tradición de la lengua. Miguel Ramón fue también cronista, antólogo, y como ya está dicho, maestro de varias generaciones. Dejo aquí una breve selección de su poesía, la cual he tomado de la antología que publicara la Contraloría General de la República:


LA FLOR IGNORADA


Alguien torna a buscar en aquel aroma

mientras bulle el verano

en cruento, desalado torbellino.


Cuando ese hálito puro

colmaba las fecundas primaveras,

nadie alcanzó a medir sus leves hilos.

Nadie pensó que aquella aldea opaca

guardaría la lumbre del hechizo.


Alguien va a penetrar ese misterio,

volviendo a desandar el tiempo mismo

tras el aroma claro

que ahora es otro tiempo fugitivo.


Y encontrará, como la imagen cierta,

una ignorada flor que duerme, casta,

junto al cristal del río.


(De "Aquella aldea")


LUNA DE GUANAYÉN


Caminos del sur de Aragua

para viajeros de ayer:

viaja por ellos, risueña,

la luan de Guanayén.


Recoge el campo las luces

lindas del amanecer;

ríe con ellas, ufana,

la luna de Guanayén.


La noche regala aroma:

lirios, mastranto, clavel.

Son los aromas que luce

la luna de Guanayén.


Lo decía Pedro Vera,

en sus andanzas de ayer:

daña, a veces, con sus "pasos"

la luna de Guanayén.


De Camatagua a Taguay,

por las veredas de ayer,

sigue narrando querellas

la luna de Guanayén.


Cuando los pájaros cantan

a punto de amanecer,

recoge el campo sus luces

y sus aromas también.


Baja entonces, silenciosa,

desnuda, como la ven.

Baja a bañarse en el río

la luna de Guanayén.


(De "Testigos del alba")


RELATO DE LA TORRE MUDA

(fragmento)


Porque llegaron, jadeantes,

los hombres que sudan hierro

y armaron largos andamios

para alcanzarle su techo;

porque alzaron, afanosos,

su tren de músculos recios,

y maderas y ladrillos

van escalando hacia el cielo;

porque rotundos puñales

van taladrando sus nervios,

y todos los ojos miran

sus flancos al descubierto;

porque dientes implacables

mordieron todo su cuerpo,

y junto a su lengua intacta

múltiples voces nacieron.


Por todo eso, que es bastante,

calla la torre del pueblo...


Abre sorpresa en el alba

la prisa de los obreros:

músculos que van y vienen

en un crujir de denuedos.

Los metales de sus voces

sirven de campana al pueblo

pues los relojes callaron,

bajo mordazas sin tiempo.

Y la torre, acongojada,

añorando otro silencio,

deglute sus horas muertas

bajo el sol junto a ellos.

Rechina el aire, encendido

de crudos gritos y fuegos;

bronco martillo de voces

sobre la plaza del pueblo.

Y son minutos de arena,

horas de cal y cemento,

lentos días, crucificados

en el compás del silencio.


Por todo eso que es bastante,

calla la torre del pueblo....


(...)


(De "Elegía serrana")


LA OTRA CLARIDAD


Tomaremos el cauce de estas voces

que nos llegan de lejos,

pidiéndonos asiento a nuestro lado

para un viaje de múltiples senderos.

¿Qué misterioso río

podría conducir nuestro desvelo

hacia el campo deseado

de inusitada luz y claro acento?

¿En qué tierras de olvido

podría refugiarse el mustio sueño?

Todo es oscuro ahora, hasta los rumbos

que hubieran sido, al fin, los verdaderos.


Y así caminaremos, como a tientas,

bajo el fragor del viento.

Que no nos llame nadie en el camino;

que no nos mire en sed el arroyuelo;

que no salgan al paso para herirnos

los pálidos deseos.


Tomaremos el cauce de estas voces:

claridad esperada, dulce fuego,

aroma del acento que redime

y debe ser eterno.


(De "La voz recobrada")