jueves, 7 de mayo de 2009

Antonia Palacios


ESCRITO EN EL MARGEN (fragnento)

Antonia Palacios (Caracas, 1904-2001)

Al escribir no hacemos más que explorar en nosotros mismos en busca de nuestro misterio. Luego de esa exploración queda siempre una secreta realidad intransferible. La lucha por transmitir lo intransferible constituye la esencia de la creación.
En el impulso creador hay siempre revelación, advenimiento. Nada importa qu elo revelado haya estado en nosotros siempre y nos hayamos consustanciado tanto con él hasta olvidarlo. En ese redescubrir reside, en gran parte, la creación. Lo trivial se torna milagroso.
El creador se haya siempre en constante indagación de su yo. Una suerte de dragado interior hacia lo más profundo. Tarea que se dificulta a causa del mismo creador, quien levanta vallas internas y siembra de obstáculos la vía por donde avanza la indagación.
La creación posee un dinamismo propio dentro del cual se establecen pausas. La complejidad de la acción creadora propicia la lucha entre lo estático y lo activo. Aun en aquellos temperamentos inclinados por naturaleza a la acción, el goce que se desprende de facultades estáticas sobrepasa muchas veces a aquel que emana de la actividad en ebullición. Acaso el estatismo, en su origen, no sea más que una de esas pausas, vastas demoras, que se abren en medio de los gérmenes de la creación.
La creación es una aventura en la que arriesgamos la totalidad de nuestro ser. El riesgo consiste precisamente en ignorar su destino.
Para el creador la realidad resulta siempre misteriosa. La creación penetra la realidad dejando intacto su misterio para una nueva posibilidad de renovación del acto creador.
El estilo no es solamente una serie de procedimientos que la técnica pone a nuestra disposición como medio de expresión. Es también una manera de formular que nos es propia y en su iniciación la técnica no cuenta mucho. Nacemos con un estilo ligado a nuestra manera de ser, el cual comienza a afirmarse en el momento que traduce con autenticidad nuestras experiencias. En sustancia el estilo no cambia, como no cambia tampoco, en lo esencial, nuestro ser. Al paso de los años el estilo se depura en la misma manera en que la experiencia nos modifica. El estilo nos pertenece como nuestra propia piel, cambiarlo, en su esencia, sería como traicionarnos a nosotros mismos. Nuestra fidelidad al estilo es involuntaria.
El estilo encierra mucho de nuestra vida interior.
Insistir, sin premeditación, en la búsqueda, es un camino hacia el hallazgo. Trillar una y mil veces el mismo surco, horadar con terca tenacidad el punto único que sólo reconoceremos cuando de él salte la chispa. Un continuo y fervoroso roce puede revelarnos lo inaudito.