jueves, 24 de enero de 2019

Poemas de Luis Enrique Belmonte




                                                   Luis Enrique Belmonte




           Uno dialoga con los poetas desde su soledad,  de soledad a soledad. En esta mañana de domingo me tropecé con una antología de poemas de Luis Enrique  Belmonte. La compré a finales del año pasado, en la librería El Buscón, y dormía en uno de los travesaños de mi biblioteca. De pronto la vi, como alguien ve de pronto una muchacha solitaria sentada en el banco de un parque o una plaza. Y me acerqué a dialogar, de soledad a soledad, con los versos de Luis Enrique. Quienes escribimos Poesía lo sabemos, hay siempre algo de desamparo, de intemperie, en la escritura poética, y escribimos, secretamente, buscando un refugio, construyendo un refugio.



          Luis Enrique Belmonte, Beatriz Alicia García y Arturo Gutiérrez Plaza



Belmonte es un poeta intimista, aunque en algunos de sus poemas iniciales había algo de locuacidad, que por lo demás es característica de la mayoría de los escritores que se inician en el oficio. Pero desde el principio, su mirada de lo doméstico, o los vuelos de su imaginación, pasaban por lo íntimo, por indagar en esa manera en que el alma ve las cosas, en ese quién soy yo detrás de mis ojos, más allá de mi cédula de identidad, los roles que se me imponen, etc.

Belmonte es Médico cirujano egresado de la UCV (1996), con especialización en Psiquiatría Clínica por la ULA (2004) y estudios complementarios de Bioética e Historia de las ciencias en Barcelona, España. Ha publicado los libros: Cuando me da por caracol, Cuerpo bajo lámpara, Inútil registro, Paso en falso, Salvar a los elefantes, Pasadizo. Poesía reunida 1994-2006 y Compañero paciente.  Como médico psiquiatra su oficio debe darle una perspectiva de lo real particular. No se trata de ver cuánto hay de pathos, en el mal sentido del término, en su Poesía, su escritura, quiero decir de enfermizo, desconectado. Pero sí en el sentido que vincula pathos con empatía, con explorar los laberintos del alma humana, su fragilidad, sus callejones sin salida, sus exilios internos. En sus versos explora lo que en la cotidianidad se hace muro, se hace pérdida, desilusión, travesía en el desierto, sobrevivencia, sentirse perdido, pero al mismo tiempo la búsqueda de arraigo, de regreso, de esperanza, aún en medio de la noche, del quebranto. Recojo esa travesía acorde a su tiempo, es decir, al principio no están los poemas más antiguos, voy en reverso, primero transcribo los poemas más recientes. No sé, en el caso de Belmonte, que ya tiene una trayectoria poética de más de veinte años, me pareció lo adecuado. Ha ganado importantes galardones como el Premio de Poesía “Fernando Paz Castillo” (1996) por Cuerpo bajo la lámpara; el Premio Adonais de Poesía (1998), convocado por la editorial Rialp de Madrid, por Inútil registro; y el Premio de Poesía de la IV Bienal de Literatura Mariano Picón Salas (2005) por El encanto. Luis Enrique es también músico.

Antidepresivos

Había baja de suplementos y de municiones.

La vida se nos había puesto cuesta arriba
y todo nos parecía muy lejano.
Cualquiera de nosotros
hubiese podido resbalar fácilmente por una aspirina,
escuchando canciones que venían del desierto,
pensando y pensando qué es lo que es y que será será,
cargando piedras de un lado a otro, rezándole a las lámparas,
muriendo con sentimiento como una rockola concurrida,
como una cigarra achicharrándose en la frontera
y todas esas cosas más o menos tristes.

A veces se nos partía una cuerda o se soltaban las tuercas
justo antes de salir al ruedo,
y entonces sí que había baja en todos los sentidos,
incluyendo las yerbas, las bombonas, las cantimploras,
la cara que te devuelve el espejo, el índice de credibilidad
y los niveles de autorrealización.

Y no es que dejásemos de hablar ante una audiencia respetable,
como tampoco dejaba uno de hurgar en las telarañas,
interesarse por el asunto criminal
o sospechar cuándo un fantasma
te está jugando una broma macabra.

Así que el mundo estaba aproximadamente así
hasta que llegaron los antidepresivos
traídos directamente de la farmacia
por una sílfide nocturna
con zapatillas deportivas.

Producen los antidepresivos
un estado alterado de la mente
que consiste en pensar todo el tiempo
que todo está bien.

Así que ahora estoy aprendiendo a tocar la flauta dulce,
a no ser tan duro con los de la junta de condominio,
a planear como un pajarraco negro
por encima de cualquier circunstancia.

Así que ya no se sufre tanto
por el recalentamiento planetario
o las medusas en vías de extinción.

Así que ya no más nada que no sea:
una flor de floristería, la siesta del desayuno
y la siesta del almuerzo,
un repentino arrebol en la cafetería
o fumar en la ventana
mirando estrellas muertas
antes que lleguen las lechuzas.

Como quedarse dormido
viendo una película en blanco y negro
y despertarse al día siguiente
creyendo haber soñado en tecnicolor.

Como participar en un bingo de caridad
sabiendo que lo ganado o lo perdido
contribuirá de igual forma
a la remodelación de una casa de reposo
para ancianos con demencia.

Como vivir a gusto con tu propio bostezo
y olvidarte del índice de credibilidad
o los niveles de autorrealización,
pues nadie te está viendo,
los días son inocuos
y ya no hay ningún nudo que desatar.

Producen los antidepresivos
un estado alterado de la mente
que consiste en pasar
y dejar pasar.

Producen los antidepresivos
un estado alterado de la mente
que consiste en quererse en cómodas cuotas
y a plazo fijo.
(De Compañero paciente, 2012)


Voz en la espesura

Voz que te adentras en la espesura,
hazte ligera, canta,
fertiliza en lo más hondo,
esparce tus pájaros en la oscurana.

Voz que te adentras donde no hay morada,
donde lo blanco hiere en la intemperie
y lo negro acecha con un aletazo.

Voz desprendida, ala traslúcida, llama viva,
hierofante, primer y último temblor, avanza,
avanza en la espesura,
bebe del fondo de la ciénaga,
haz que brote el germen, la brizna,
el deseo de rozar
la piel de lo que no es palabra ni canción
sino asombro, incandescencia.
(De Vendrá otra larga travesía, 2006)

Canción que no se olvida

No quiero tocarte como si fuese la última vez.
Y no será la última vez. Me lo han dicho
los zorros que cruzan sigilosamente por la carretera.

Vendrá otra larga travesía.
Vendrán caminos, ventanas,
señales tuyas en las cabinas telefónicas.

Saldrán cangrejos del cuarto
hambrientos de noches y sábanas.

Guardaré en mis bolsillos
las migas de tus panes, la lana de tus medias.

Y el tiempo tejerá mantas para el encuentro.
Y se escuchará la canción que no se olvida.
(De Vendrá otra larga travesía, 2006)

Pájaros ardiendo en pleno vuelo

Lo que se dicen los amantes después de la travesía,
los gatos y los paraguas bajo los portales,
los gorriones sobre los cables antes de la desbandada.

Lo que se dicen los zorros en las cabinas telefónicas,
los contrabandistas en los muelles, entre canciones y licores,
los condenados y sus verdugos a la hora del gallo.

Lo que se dicen los niños sobre la yerba al final de la tarde,
los moribundos en las salas de urgencias,
los borrachos cuando se despiden
en el callejón en donde se prolongan los abrazos.

Monedas líquidas que se intercambian en el tráfago,
pájaros ardiendo en pleno vuelo,
llamas del solsticio que se inclinan para que el viento las sople.
(De Vendrá otra larga travesía, 2006)

Canción de los que parten

Los que se van tarareando una canción
dejando que la luz ocupe su lugar en las esquinas,
en los rostros que llegan,
en las manos que tantean el espacio habitable.

Los que se van arrimando al horizonte
buscando pájaros que aletean en la oscurana.

Los que en su marcha desprenden astillas, espinas,
cáscaras que señalan el sentido
de lo que no pudieron decir a tiempo
cuando era justo decirlo.

Los que se van no deben mirar la estela de su paso
sino el relumbre de la tierra prometida
que no es más que el destello de sus propios cuerpos
trasegando caminos en lo más cóncavo de la noche.

                 Escuchemos la canción
sobre los tejados de pueblos afantasmados,
en los goznes de puertas entreabiertas,
en los áticos del viento.
(De Vendrá otra larga travesía, 2006)

A la deriva

Desde que estoy a la deriva me falta detergente.

Desde que estoy a la deriva me visitan los redentores,
los traficantes, las musarañas.
Como un pelotón de nubes desmoronándose.
Como un trozo de hielo
flotando en un trago sin dueño.
(De Cuartos de alquiler, 2005)

Cómo se funde un motor

Cuando te pregunten cómo se funde un motor,
diles que con el pellejo, la caña, el dale que dale.
Diles que con el desvelo, las canciones tristes,
la corredera tras la liebre que se escapa.
Dile que con los sustos en la madrugada,
los frenazos al borde del barranco, el espejo delator.
Dile que con todas las veces que uno llama al otro lado
y nadie, nadie responde.
(De Cuartos de alquiler, 2005)

El jardín donde todo murmura

Recójanse en sus guaridas
los hombres y las bestias.
Concentrar bajo techo las mantas,
las humeantes tazas.
Que fluya bajo la garganta de las gárgolas
la voz de una memoria antigua.
Que se aquieten los amantes
en los cuartos de alquiler.

                          Sólo por esta tarde
callar, frotar los cuerpos contra los ventanales,
oír cómo resuenan secretamente
las rejas, los cristales, los estanques.

Retroceder con cada gota
hasta el jardín en donde todo murmura.
(De Paso en falso, 2004)

La franja

                                  Arden
los últimos conjuros de una lámpara,
y por esa franja se deslizan
los esclavos del sueño.

Miro sus rostros hinchados
       barbitúricos, cerúleos,
queriendo de veras
habitar esta página.

Tan atontados por la búsqueda
de un lugar que no está aquí.
(De Paso en falso, 2004)

Pasemos revista

A ver, pasemos revista: allí están las cosas íntimas
con la costumbre sobre el lomo, almacenando viejos rencores
ya olvidados por nosotros. La mesa y su llanura
y sus taras invencibles, también la luna
del primer beso hecha añicos, la solapa de un sobre
que por miedo nunca abrimos. Las sombras, a ver,
las sombras y sus ademanes tristones
como los de algún dios embaucado.

Las promesas huyen por un pasadizo estrecho
y se esconden en un punto donde la luz se devuelve arrepentida.

Todo está en calma, de esa calma
que nos ofrece la resignación de la pérdida, pero exactamente
¿qué es lo que se nos ha escapado e intentamos recuperar
sólo por la vanidad de enarbolar la memoria
a la manera de una estrategia cautelosa
en el asunto de apuntar el agua de los ojos
a la resolución de un llanto a hurtadillas?

Pasemos revista, a ver las bajas, las municiones,
los moribundos, las degluciones,
todo lo que se acumula en forma de residuo,
de reclamo tácito por la palabra no pronunciada,
por el inoportuno movimiento del cuerpo, por el libro
o la mano que no estrechamos a tiempo
cuando era urgente hacerlo.

Un vistazo a los fragmentos del desastre, un guiño
a los restos de esta debacle mínima, vespertina,
una discreta reverencia a sus sonoridades dodecafónicas
para espantar el tiempo, el tiempo que por demás hace lo suyo
y no tiene medida ni culpa
de estos escombros sobre la mesa y su llanura
y sus taras invencibles.
(De Inútil registro,1998)

Hoy no hay nada que decir.
La mano apenas puede alcanzar
el somnífero en la mesa de noche,
y sólo queda el amparo
de una lámpara que balbucea.

Esta geografía que se desploma,
silenciosa como la siesta de los gatos,
no tiene nada que mostrar,
a menos que el hundirse
con los días de esta Atlántida
sea algo digno de mostrar.

No hay nada aquí, no pidan los restos, no escarben más.
Será mejor recoger los cabellos caídos en las barberías
o trasfundir con nuestra sangre
a los canarios moribundos, pues hoy la nube
se niega a precipitar
y a los enanos que quedaban
se los tragó el carrusel.

Alguien encalla bajo una lámpara
sin la ramita que traen las gaviotas
a la proa del día extraviado.
Ni las barbas de un santo, ni el ocaso, ni nada.

Así que si alguien llama, grita o busca razón,
díganle que hoy, precisamente hoy, irrevocablemente
el hoy de aquí, casto, boquiabierto,
ojo de pez en la arena,
no hay nada que dar, nada del soluto del decir.
(De Cuerpo bajo la lámpara, 1996)

Aquellos que buscan profundidades no saben
que detrás de la nieve azul
existe un lugar de raíces, de tierra negra,
del cual nunca podrán regresar. Descienden absortos
en su búsqueda tras la humedad de un beso largo.
Una vez abajo, serán olvidados por siempre.

Quizá sea esa su recompensa.
(De Cuerpo bajo la lámpara, 1996)






          















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