viernes, 7 de junio de 2019

Poemas de Circe Maia




            Dos días atrás, la lluvia y el desamparo me llevaron a los espacios de la Poeteca de Caracas. Mi ánimo estaba como el clima y se me hizo que allí encontraría resguardo. No me equivoqué. Entre poetas y poemas la vida es más amable. Me puse a ojear primero Rasgos comunes, una antología de poetas venezolanos del siglo XX, recientemente editada en España. Una edición muy bonita, muy cuidada, que compilaron tres acuciosos escritores e investigadores venezolanos, Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni, los tres viven actualmente en el exilio. Miguel ya hace muchos años que vive en los Estados Unidos, donde es docente en una universidad y López Ortega y Saraceni, se han ido en tiempos más recientes. Hay en esa antología gratas sorpresas, como los textos de Salustio González Rincones, poetas de la generación poética del 18, que raramente encuentras en antologías patrias, poemas del maestro de mamá, el extraordinario poeta de provincias Miguel Ramón Utrera, poemas de Luz Machado. Luego, al azar me puse a ver qué poetas tenían exhibidos en su biblioteca los amigos de La Poeteca y di con la antología poética de Circe Maia (Montevideo, 1932). Maia, además de poeta, ha sido muchos años docente, en una ciudad de provincias, Tacuarembó, y traductora. Me enamoró su poesía diáfana, que hace énfasis en el mirar, en como el verso surge de esa mirada que se detiene en el mundo, sin mayores pretensiones, pero sacando de esa mirada detenida un lenguaje prístino, que llama las cosas por su nombre, pero al mismo tiempo te entrega algo esencial. Comparto algunos de los textos leídos:

JUNTO A MÍ

Trabajo en lo visible y en lo cercano
―y no lo creas fácil―
No quisiera ir más lejos. Todo esto
que palpo y veo
junto a mí, hora a hora,
es rebelde y resiste.

Para su vivo peso
demasiado livianas se me hacen las palabras.

(De Presencia diaria, 1963)

LA MUERTE
I
A las tres de la tarde le anocheció de golpe.
Se le voló la luz, el piso, las agujas
del tejido, la lana verde, el cielo.
Ves qué fácil, qué fácil:
un golpecito, un hilo
que se parte en el silencio
a las tres de la tarde.

Y después ya no hay más. De nada vale
ahogarse en llanto, no entender, tratar
de despertarse.
Muerte, de pie, la muerte
altísima, de pie, sola, parada
sobre mayo deshecho.

(De En el tiempo, 1958)

LAS COSAS

¿Para quién son entonces
tranquilas, quietas, siempre
quedándose
mientras tú y yo nos vamos?

Como si atravesáramos una plaza, de noche,
nosotros con la noche,
de la mano del viento,
y atrás vamos dejando
bancos desiertos, piedras,
faroles apagados,
árboles entrevistos,
vistos de paso, apenas.

¿Y para quién se quedan
―ya casi ni las vemos―
tranquilas, apoyadas
en su aire sin tiempo?

(De En el tiempo, 1958)

EL PUENTE

En un gesto trivial, en un saludo,
en la simple mirada, dirigida
en vuelo, hacia otros ojos,
un áureo, un frágil puente se construye.
Baste esto sólo.

Aunque sea un instante, existe, existe.
Baste esto sólo.

(De El Puente, 1970)

NOCTURNO

Este desprendimiento es como un desvestirse.
Gestos, miradas, voces, aparecen ahora
como una ropa ajada.

Los modos habituales de réplicas, defensas,
restos de charlas grises
sobre nosotros bajan,
caen.

Y da tanto trabajo, cuesta tanto
quitárselos después. Siguen pesando.
Han bajado esos turbios,
caen sonrisas flojas,
caen neutras miradas,
voces indiferentes
sin peso
bajan.

Hay ahora un depósito,
¿cómo vaciar de noche
para poder dormirnos
esta ceniza amarga?

(De El Puente, 1970)

DISCREPANCIAS

Dice la voz de la lluvia:
―Soy la misma de hace mil años
y de aquí a otros mil seré la misma.

Pero una gota, rota en la ventana,
no está de acuerdo.

(De Dos voces, 1981)

OCURRE

Muerde la boca la fruta,
los ojos devoran lo que los rodea
―masticar silencioso―

El pasar y pasar por los mismos lugares
los va absorbiendo…

Después se está como desparramado:
por todos los lados tú mismo acechas
y al dar vuelta a la esquina ya no te encuentras
con una casa, sino con su recuerdo.

(De Superficies, 1990)


No hay comentarios: