miércoles, 13 de mayo de 2020

TREINTA AÑOS DE LA PUBLICACIÓN DE MURO EN LO BLANCO







            La pandemia que nos ha tocado vivir este 2020 nos ha traído regalos inesperados. Tenía tiempo con la idea de releer los libros de poemas de Harry Almela (Caracas, 1953-Mariara, estado Carabobo 2017). Estar la mayor parte del tiempo en casa me ha ayudado a focalizarme, y heme aquí releyendo Muro en lo blanco (Monte Ávila Editores, 1991), días atrás releí su libro Cantigas (1990). Corroboro que la obra de Almela merecería una lectura detenida y luego un texto, un libro que le hiciera justicia. Por lo pronto releo Muro en lo blanco, quedo atrapada en esos días de infancia que evoca.
El escritor aragüeño era un poeta sensible, hondo, de esos poetas de vocación, que se entregan a la poesía para toda la vida. Además de escribir poemas, fue también promotor cultural, fue docente en el área literaria y editor de poesía. Mi único libro editado in extenso Acto de fe, Harry lo publicó en su editorial La Liebre Libre en el año 2000. No nos conocíamos, se lo envié por correo electrónico en 1999, por sugerencia de Mercedes Ascanio, le gustó mi libro de tema medieval y lo publicó, Harry era así, de carácter difícil pero generoso.
La infancia siempre tendrá en la memoria una atmósfera cercana al sueño o al mito, a menos que hayamos vivido una tragedia. Aún si hemos sufrido maltrato, la mirada de ese niño o niña que fuimos se colará en la mirada del adulto que somos y algo de su inocencia, de su capacidad de asombro permanece. En Muro en lo blanco ambas miradas se expresan, toman voz, la del adulto que regresa a la infancia, a través de la memoria, y la del niño que fue y cómo este miraba el mundo, lo sentía. El adulto habla en tercera persona, la voz del niño en primera. Hay una suerte de contrapunto entre ambas.
Esos recuerdos, esa indagación en los espacios y emociones de la infancia, tiene una figura que se reitera y no es la madre, no es una figura amorosa ni una figura protectora, es la figura del padre. Este padre que reaparece en diversos poemas es una figura violenta, castiga y agrede, de manera física y psicológica. No genera afecto, genera a su paso sufrimiento, miedo y odio:
correa feroz
inexplicable
para los pocos años
(…)
de no saber por qué

nada me salva

sólo el silencio del conejo
un hilo hacia la venganza (p. 15)

&&&

Ganas de saber
nada más

la luz

y él quemando el árbol
de navidad rastrojos tarjetas

un balde de agua

por favor
un balde de agua
para tanta hermosura
que arde (p. 16)

&&&

(…) nosotros
temblaremos siempre

cuando vuelva el viernes  (p. 23)

            Aunque esta figura tenga un lugar protagónico en la infancia rememorada, hay también en Muro en lo blanco otros referentes más gratos, que ha guardado la memoria. Por una parte, encontramos imágenes que se vinculan a la naturaleza, al contexto espacial. Es el caso del río que abre el poemario, una imagen poderosa que encontramos en varios de los grandes poetas venezolanos, y particularmente a quienes pertenecieron al grupo Sardio. Pienso en El río siempre de Luis García Morales, “Entre el río” de Ramón Palomares, el río también como telón de fondo de algunos textos de Guillermo Sucre, que también se asoman a los tiempos de la infancia en el estado Bolívar, frente al Orinoco. En Muro en lo blanco el poeta se enraiza en esa tradición de nuestra poesía vinculada al paisaje, que cultivaron varias de las generaciones que lo anteceden. Almela nos dice: “en el corazón tuve/un río//río tenaz//hospitalario/con puerta de piedra//blanca//hablaba en mayo/se quejaba bramando (…) (p. 9) La infancia interiorana, felizmente, tiene un diálogo mucho más cercano con la naturaleza, dialoga con ella, la siente, la escucha, conoce sus ciclos, sus colores, sus sonidos: “mirábamos en lo alto/lo amarillo/jadeando” (p.11) “se va arrimando/hacia las latas/el pájaro//no lo mira/sigue/su canto solito/su grito azul/de pluma nueva” (p. 17) “quiero un nido/en la horqueta/de hoy” (p.19) (cursiva en el original)

cada animal su nombre
abeja conejos más allá

gato loro
en el imán de las letras
entre las piedras
el sabor de las palabras

hormiga caja de fósforos

lanza tus nombres
sigue paraulata cachicamo
azulejo pluma
calle ancha

por donde vienen de nuevo
las bicicletas  (p.33)

            En esa infancia recuperada también se asoma el niño que va dejando de ser niño, y vive sus primeras experiencias de enamoramiento y erotismo, va descubriendo el deseo, a escondidas, con la exaltación de lo prohibido, donde se unen el sentir con el sentimiento, se explora, se vislumbra lo que después será el amor y el desamor.

(…) quémame primero
enséñame lo que no sé
lo que después será cansancio
búsqueda en lo roto

en lo que nos deja
ciega y dulce
la memoria (p. 20)

(…) me verás
con la barbilla que tiembla
de lo bonito
que fuimos  (p. 28) (en cursiva en el original)

           
Recordar es volver sobre lo vivido con el corazón, la infancia, como decía Rilke, es la época más recordada, por ser la más antigua. Siempre podemos volver a ella con los ojos de ese niño o esa niña que fuimos, con la mirada limpia. Muro en lo blanco de Harry Almela, se publicó hace treinta años, pero sigue llevándonos a ese “sueño del muro” de la infancia, donde todo aún es posible, todo aún es riqueza, es sorpresa ante nuestros ojos. Nos entrega esa mirada intacta preservada en la memoria.

Beatriz Alicia García







            

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