lunes, 3 de marzo de 2008

Los paredones de primavera

No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
y planicies oscuras.

De gritos y gemidos.
De sequedad en los ojos y en la garganta.
De martirizados cuerpos que ya no podrán verlo ni oírlo.
Sabrá que no es bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.

Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena el pájaro que canta,

la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.

Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada.


Miyó Vestrini
(De Pocas virtudes)

2 comentarios:

J. L. Maldonado dijo...

Estos versos golpean. Impactan. Pobre hijo. Si está en Caracas ya comenzó ese proceso irreversible del paredón.

Beatriz Alicia García Naranjo dijo...

No hay que ser tampoco tan pesimistas. Paredones ha habido en casi todas las revoluciones del planeta en su historia "civilizada". Pero aquí no. Pongo este poema a manera de reflexión, para saber que precisamente en medio de ciertos aires asfixiantes, hay respiraderos.