Benito Raúl Losada
Gracias a la
gentileza de la poeta Carmen Cristina Wolf, tengo en mis manos el libro Por la redoma azul (1987) del poeta
venezolano Benito Raúl Losada (1923-2017), una cuidada edición empastada,
diseñada e ilustrada por Mateo Manaure, impresión de Gráficas Armitano. Destaco
esos datos porque no es una edición corriente, además de los profundos textos
que lo componen, el libro en sí, su cuidada edición, es un bello objeto, quizá
no demasiado conocido. Por eso es una deferencia de Carmen Cristina Wolf,
sobrina del poeta, que agradezco.
El autor de
estos versos que comparto fue una destaca figura pública, abogado (1946), con
cursos de especialización en Economía (Columbia University, New York) y cursos
gerenciales (Northwestern University, Chicago); profesor universitario por más
de treinta años. Fue Director de Gabinete del Ministerio de Fomento
(1945-1946), Director Ejecutivo de la
Comisión de Administración Pública (1959-1960); Director General del Ministerio
de Hacienda (1960-1964); Ministro de Hacienda (1967); Presidente del Banco
Central de Venezuela en diversas oportunidades (1968-1971, 1976-1979,
1984-1986). Conjugaba en sí la rara avis de
ser hombre pragmático y ser a la par, hombre sensible y humanista. De ello dan
cuenta estos textos que comparto, en los cuales reflexiona y escribe sobre el
destino humano, el sentido de la vida, se hace las grandes preguntas del
hombre, con honesta profundidad indaga sobre ellas. Nos habla de “fortalecer
los ojos”, de ver más allá de la apariencia, de su fe como refugio ante las
dudas y los dolorosos avatares de la vida.
Beatriz Alicia García
DESIGNIOS PREMONITORIOS
Con estos viajes
que predices
a los cotos enfermos que antevés
o la advertencia de cuidarse
que extrañamente susurras
Con ese mar
encabritado
que tu brasa adivina
para cuando las hojas empiecen a caer
y el retorno atisbado a lo que se esconde
como miel en espera
copa para libarse
en refugio de gracia
Con lo que
profetizas
dejas trémulas llamas
en escozor de erizos
o rupturas de un prudente nivel
Cumplidos los
designios
aumentará el misterio
Quién sabrá si este amor
era predestinado
o el mismo repetido de los siglos
o parte de un relámpago inmóvil
INMÓVIL EN EL TIEMPO
“Un poema ha de ser inmóvil en el
tiempo”
Archibald Macleish
De pensar en
la muerte
hacemos inmortales
el frío la esperanza el acaso
Nada
perturba el limo de esas paredes
¿la sombra recuperó los poros
del ecuador?
¿Apareció
Arquímedes
desnudo por la calle?
Pasearemos
espectros aprendiendo el oficio
lanzaremos lejos las cerezas podridas
para ver sonreír
las calaveras
La Gran
Piedra
cuenta en la puerta
las ovejas perdidas
no hay recriminaciones
sino un filtro lento
ponderador preciso
Nada es
desecho
a tiempo
todo
se enmarcará
en la inmovilidad de su poema
UNA HOJA ENCERRADA
Trasluz simple
la hoja inclina el cansancio
Nadie amará su coto marchito
su triste consola de viuda
Qué fibra lenta
qué
viento congelado
impiden la muerte de su contorno
a no ser el visitante afín
enjaezado de silencios
Hija de soledades
clama
por tu forma
Savia prisionera
vibra
por tu aliento
Lívido abandono
pide
por tu esencia
Perfil inmóvil
sombra devuelta al límite
ruega
por el bosque
BRASA TEMIBLE
El perro
cotidiano nos visita
solícitos la estampa y el latido
Inspecciona
cocina
limpia de ceniza
la silla tibia del café
el helecho feliz
el tapiz del pastor igual de idílico
los dientes de la dama en el rocío
Todo bien
pulsación en la escala
y la cama tendida
El perro
cotidiano ama el amor
la hipótesis de cielo
no levanta la alfombra del pecho
no hurga
los obvios entrepaños
El perro
cotidiano
no ve la brasa de temor
expectante vigilia subcutánea
Si supiera
la distancia del botón rojo
del dedo a la locura
del pastor del café del diente amable
a la ceniza
Benito Raúl Lozada
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