jueves, 27 de febrero de 2020

Centenario Helcías Martán Góngora




Helcías Martán Góngora fue un poeta y periodista colombiano que nació en Guapi, zona del Cauca, hace cien años, el 27 de febrero de 1920. El poeta de raza negra señaló: “La población negra me infundió, conjuntamente con el ritmo de las mareas, el sentido de la justicia social. De allí que mis poemas no puedan renunciar al acompañamiento táctico de marimba y tambor y que pregone en otros, el pregón del esclavo de ayer y de hoy".

            Doctor en Derecho y Ciencias Sociales y Políticas; como periodista, colaboró con los periódicos El Tiempo, El Siglo y El Colombiano, de Medellín, y en revistas de Popayán. Creó la publicación Esparavel, que recopiló poesía tanto de autores nacionales como internacionales.

            Para diversas instituciones se desempeñó en el área de la Educación y la promoción cultural: fue Director de Extensión Cultural y Director de la Biblioteca de Extensión Cultural de la Universidad del Cauca; fue personero municipal de Popayán, director de Educación Pública en el Cauca y profesor universitario.

            Su obra poética está conformada por los títulos: Humano Litoral I y II, Mester de negrería y fabla negra, Retablo de Navidad, Breviario Negro, Esopo 2000, Notas pastorales y Pastoral negra, algunos de ellos inéditos.

            Mujer y negritud son temas centrales en su poesía de sugestivas metáforas. Su canto al amor y a la amada es también un canto a su raza y a los ritmos y pasiones que la arrastran. Y es el mar el paisaje que acompaña y atestigua su homenaje a la amada, que aparece como una figura adorada en silencio, cuya belleza se observa y desea, como aquella muchacha que inspiró a Vinicius de Moraes la canción “Muchacha de Ipanema”. En cualquier caso, canta en sus versos la voz de su raza, la belleza y los ritmos de su raza, que diferencia, marcadamente la costa colombiana del sur capitalino y cachaco. Podemos vincular la poesía de Martán Góngora con otros poetas caribeños que recogieron la herencia de su raza, tales como Nicolás Guillén, Aimé Cesaire, Derek Walcott.

Con Manuel Zapata Olivella y otros dirigentes encabezó, ya establecido en Bogotá, un movimiento por la reivindicación de los afrocolombianos. Recibió en vida varios homenajes y galardones: fue miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de la Academia de Historia de Popayán. Así también recibió los galardones internacionales “Caballero de la Orden de Alfnso X el Sabio y la Gran Croix d’Honneur de la Orden Imperial Bizantina de Constantino el Grande.

            Además de su amplia obra poética, que cuenta con setenta y siete títulos, cuarenta y siete de ellos publicados en vida. Su obra inédita fue publicada gracias a la diligencia de su sobrino y biógrafo Alfonso Martán Bonilla y de su esposa Adelaida de Martán. También escribió teatro (Lázaro), ensayos y novelas (Socavón, su corta y conocida novela, fue mención de honor del Premio Esso en 1967, en el que ganó La mala hora de Gabriel García Márquez). Su libro de cuentos, Historias sin fecha, fue publicado por Colcultura en 1974. Escribió más libros que sus años de vida, ya que murió a los sesenta y cuatro años, el 16 de abril de 1984. Realizó también varias antologías –entre ellas Índice poético de Buenaventura (1976) y Poesía afrocolombiana, edición póstuma (2008).

3
Yo digo el mar, con esta voz que fluye de la marea de la sangre, en
donde canta Dios que me enseñó este fuerte oceánico rumor.
Yo digo el mar con esta voz que colma su distancia, que es mi
propia distancia y en mi grito cabe con sus ríos, como el hijo en
el vientre maternal.
Yo digo el mar. Sabedlo, hombres mediterráneos, litorales, doncellas
de los valles y montañas, vírgenes marineras, cuyo cuerpo es un
brazo de mar entre dos islas bajo cielos de eterna juventud.
Yo digo el mar. Lo canto. Mío en la voz porque aprendí en la
infancia a castigar sus olas con un barco. Mío en la voz, porque
aprendí a nombrarlo con la voz de naufragios de mi padre, que
nace y muere en mí.
Yo digo el mar. Oídme: Mar de Pizarro, Mares de Balboa, el Mar del
Sur, que es mío cuando canto. El mar hondo y azul, el mar verde
y ligero, lleno de blancas velas y de pájaros ciegos. El mar que a
mí se entrega para que yo lo diga como si fuera una mujer.
Yo digo el mar. Lo digo como hombre que su amor canta con verdad
profunda, con la voz del martillo sobre el yunque acerado, con
la lengua encendida en la fragua volcánica. Pero también lo
digo con dulzura de lluvia en los jardines matinales y nupciales
presagios en las algas, sobre mi corazón.
Yo digo el mar. Yo digo el mar lejano con sus peces. Lo digo con
la brisa que infla las lonas, con su roja flora de corales. Lo digo
con sus islas que surgen de las olas como un sueño emerge del
recuerdo. Yo lo digo con un adiós tatuándome
el pañuelo, con un
amor de olvidos en la playa y el duro vendaval.
Yo digo el mar. Yo digo el mar cercano nacido en mí; el dulce
mar del Cauca con pescadores en la flor del día; el de cantares
en las noches hondas; el dulce mar que gime en las guitarras
y marimbas. Hundido en mí, como anclas en la arena; a mí
amarrado, como buque al puerto; rumbo hacia mí con brújulas
de estrellas; náufrago en mí, por aguas de mi voz, verde y azul.
Yo digo el mar. Yo digo el mar presente como mi vida en la oquedad
del viento. Lo digo vivo en el grumete, vivo en el marino, el
constructor de barcos y el rubio capitán, en la gaviota, en el ojo
del faro y en la espuma que enjardina sus predios, y en la ola que
cabalga furiosa, y en la muerte viva, cuando cosecha las espigas
que sembró el huracán sobre las ruinas del roto bergantín.
Yo digo el mar… El mar, porque al cantarlo digo mi propio canto en
la canción del mar. Yo digo el mar. El mar… Sabedlo, hombres
mediterráneos, litorales, doncellas de los valles y montañas,
vírgenes marineras cuyo cuerpo es un brazo de mar entre dos
islas. Yo digo el mar. El mar… ¡Oídme: mares del Sur, mi dulce
mar del Cauca, que a mí se me entrega porque yo lo diga, como si
él fuera una mujer!

(De Evangelios del hombre y del paisaje)


4
El río es la pista del pez, líquido estadio cristalino.
Espejo de la estrella que hasta él desciende en la noche cuando
duermen los hombres y los luceros vagan por el cielo.
Flecha de agua, venablo de cristal fijo en el verde corazón del
mundo.
Orquesta que hace danzar los árboles, que a sus orillas crecen.
Surco que abrió la lluvia con su arado de júbilos, para que brote la
flor de nácar de la espuma.
Cicatriz de la tierra y tatuaje del universo.
Piscina de la luna y sendero que lleva al mar.
Una doncella en sus ondas se baña, y el río la posee sin herirla, como
si fuera Dios.
La mañana los mira y el pez prosigue su carrera por el líquido
estadio cristalino.

(De Evangelios del hombre y del paisaje)

DECLARACIÓN DE AMOR

Las algas marineras y los peces,
testigos son de que escribí en la arena
tu bienamado nombre muchas veces.

Testigos, las palmeras litorales,
porque en sus verdes troncos melodiosos
grabó mi amor tus claras iniciales.

Testigos son la luna y los luceros
que me enseñaron a esculpir tu nombre
sobre la proa azul de los veleros.

Sabe mi amor la página de altura
de la gaviota en cuyas grises alas
definí con suspiros tu hermosura.

Y los cielos del sur que fueron míos.
Y las islas del sur donde a buscarte
arribaba mi voz en los navíos.

Y la diestra fatal del vendaval.
Y todas las criaturas del océano.
Y el paisaje total del litoral.

Tú sola entre la mar, niña a quien llamo:
ola para el naufragio de mis besos,
puerto de amor, no sabes que te amo.

¡Para que tú lo sepas, yo lo digo
y pongo al mar inmenso por testigo!

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MUJER NEGRA

El agua te hizo a imagen y semejanza suya.
Puso en tu acento ríos y en tu silencio estrellas.
Te dio ese andar de nubes descalza por los cielos
y ese cuerpo que nombra, sin voz, a las palmeras.

Eres el paraíso que comienza en la fruta.
Paisaje con tus ojos que hacen el mediodía.
La música navega por todas tus arterias
y hasta cuando te callas el sueño es melodía.

Eres la primavera que se muere de aromas.
Constelación de luto, mariposa de llamas.
La rosa del poema sostiene tu hermosura
porque en tu vientre azul comienzan las crisálidas.

Yo escribiré, en la página de tu piel de obsidiana,
baladas con el pulso de luz de las fogatas,
canciones de la sangre. Mi ser, como una tea,
señalará encendiendo los límites del alba.

Mujer, mayor que todas las islas: ¡Continente!
El mar y los deseos te circundan callados.
Con mi voz te descubro. Sobre esta tierra virgen
amor, tú sembrarías caricias como árboles!

Helcías Martán Góngora





           

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