sábado, 9 de junio de 2007

tres poemas de Jesús Sanoja Hernández

Tuve la suerte de conocer a Jesús Sanoja Hernández y lo menos que puedo decir es que se ha ido uno de esos venezolanos que enorgullecen el gentilicio. Acusioso indagador de nuestra historia política y cultural, periodista, profesor, poeta, Sanoja Hernández era también un conversador cordialísimo. Dejo aquí a manera de homenaje 3 de sus poemas:

BESOS

Con la letra B se escriben ciertas palabras:
brujas, biblia, balde, berrido, brote,
colmada como ahora la ostra de la muerte, al revés
el órgano visual, espantosa y cerrada en las partes de sal.

La mujer brilla en forma de dos estrellas, una hacia la pata,
otra con el tedio de anoche, con lenguas y congoja.
Muy joven, puedo ser vencido, muy violento, pueden matarme,
yo, el perro de Venus, el ganado del deseo
que promueve voces contra el vestido,
ella, el leopardo fecundado que juega con una pelota en la cama,
yo, maraña ante la traición, y ella y yo
hasta qué grupas, una rueca sin pasado y un revuelco,
y ella por cuarta vez, la verde isla,
la mágica enfermedad.

Tengo de cenizas lo que estorba en prisión
y endurezco demasiado en la memoria de las guerras.
Lo que escribo de noche, lo corrijo de día,
pero no hoy, demasiado visible, y con ella
a remolque de opresión, zona atrasada de lo blando,
canto inverso el movimiento.

Ella tupe su velo, carnal, nunca seré débil, nunca más,
tentación de sarna y telas, Valle Hondo
donde se hechizó mi foso, mis culebras.

No más. Dormirme. No más.

CABALLOS DE AYER

Tales caballos levantan largo regocijo, aquí y allá,
penetrantes en el sueño que de golpe salta de tus ojos.
Vienen de lejos,más allá de la laguna, con fuerza oscura
que castiga los escombros del día y suena música de viajes.

No traen la gloria luciente de los mitos, huelen a carne,
corren en desbandada hacia un límite invisible, se encabritan,
se calman y hábilmente se sitúan entre el paraíso
y las lomas del ayer, coronadas por el deseo, ya exhaustos.

Al fondo, naves del tiempo con tempestad de oros
tocan algo imprevisto y las crines se alzan en el espanto
y los bufidos desparraman soles en la espuma
y el instinto se escapa entre zumbidos y perfumes.

Atrasan aquel horizonte azul antes que la lluvia
asuma virtud de vino y bañe hasta el final
las transparencias de los cuerpos, bautista de mi selva,
privilegio de mis aguas. Lanzan luego mirada
hacia lo oculto, de abajo a arriba, y se disparan.

Sus yerbas, su venerado mastranto, los ijares de sudor
pasan volando con la tarde, y en sus cascos
la hora funeral estremece ciertos muros
que dividen campo y pueblo con un zas de muerte.

Primero los de azabache y sombra, después los untados rucios,
y los blancos de narcisos trotes y los de manchadas frentes
ocupan con rapidez las esquinas, como ejército, tejido,
ola de patas lustrosas, inundante vaho de orgullos.

Tales caballos esclavizan mi memoria, la atan
al lugar donde habita, intermitente, la palabra:
su lejana vibración cambia de color en un aire denso
y se oye un galope de prodigios a distancia, por allá,
entre ríos y sabanas, encadenando misterios
en medio de la polvareda, último respiro del espíritu.

Tales caballos. Aquella movilidad fragante, su apoyo,
y los lomos como en guerra y el viento devorado por la Nada.

VIAJE IMAGINARIO

Hacia la plaza que luce un fulgor de multitud disuelta,
rectamente, no como filósofo engreído, tampoco
montado en máquinas litúrgicas, con orejas lavadas en cielo.

Hacia la costa, con su vuelco al otro lado,
y hacia la roca que estalla en la parte alta de la esfera.
Hacia lugares previamente determinados por el azar.

Hacia el Este de Caracas, matando tulipanes y abriendo el ojo
para leer qué ocurrió el 15 de noviembre de 1903.
Hacia la división de la inteligencia y las pasiones.

Hacia el mar, que me aterra en sus honduras.
Hacia una montaña de olorosos árboles,
hacia ese sitio, entre pinos, por mi preferido,
y hacia el sol apagado mientras pienso en Dios.

Hacia la vanidad, sombra apenas del objeto.
Hacia el altar del tiempo y hacia Río Chico,
para aclarar lo sucedido alguna vez, de mañana,
en el patio, bajo matas de grosellas, junto a barriles fríos.

Hacia las penas, hacia el paso último,
va mi corazón.

3 comentarios:

Sara Fratini dijo...

...Mi tío... cómo me ha pegado que se haya ido! Siempre con sus picardías y su sonrisa... Con su caminar pausado y despreocupado... Su inteligencia... Lo admiro y lo seguiré admierando...

Beatriz Alicia García Naranjo dijo...

Cajita verde, ciertamente el profe Sanoja se hacía querer. Lo entrevisté, o más bien conversé con él, cuando realizaba un trabajo de investigación literario sobre Miguel Otero Silva, gran amigo suyo, y terminé recibiendo una gratísima lección de historia. Personas así dejan su duende rondando, es como si no se hubiesen ido, siguen allí no sé de qué manera.

Beatriz Alicia

Luisana La Cruz dijo...

Hola mi nombre es Luisana La Cruz, mediante su blog sé que usted había conocido al profesor Jesús Sanoja Hernández. Estoy en el último año de la carrera de periodismo en la Universidad Catolica Andres Bello (UCAB) y mi trabajo de investigación es precisamente sobre el periodista y escritor Jesús Sanoja Hernández. La idea es tomarlo como ejemplo para que las demás generaciones de periodistas que se están formando conozcan el trabajo y la influencia dentro del mundo intelectual y cultural a esos grandes maestros y lo que nos dejaron. Quería saber sí podía contar con su apoyo y ser parte de mi trabajo de investigación.
Agradeciendo de antemano su colaboración
Atte. Luisana La Cruz
Correo: luisana.lacruz@gmail.com
luisacarola@hotmail.com