sábado, 8 de febrero de 2020

Poemas de Elizabeth Bishop


POEMAS DE ELISABETH BISHOP (1911-1979)

Tal día como hoy, 8 de febrero, nació Worcester, Massachusset, Elizabeth Bishop, poeta y traductora norteamericana que vivió en varios países y ciudades, a mediados de la década de los treinta vivió varios años en Francia; una estadía de dos semanas en Brasil, se transformó en una residencia de 15 años en el país suramericano. Tuvo una larga amistad con Marianne Moore, quien tuvo una importante influencia en su obra. Moore la disuadió para que abandonara la Escuela de Medicina de Cornell, donde la poeta se había matriculado al llegar a New York. Conoció también a Ezra Pound, Robert Lowell, Mary McCarthy, con quien fundó en 1933 la revista Spirito. En 1946, Marianne Moore presentó personalmente a Bishop para el premio Houghton Mifflin de poesía, que Bishop ganó. Ganó el Premio Pulitzer de Poesía en 1956. Posteriormente recibiría el National Book Award y el National Book Critics Circle Award, así como dos becas de la Fundación Solomon R. Guggenheim y otra de la Ingram Merrill Foundation. En 1976, se convirtió en la primera mujer en recibir el premio internacional de literatura de Neustadt. Fue profesora de la University of Washington, antes de serlo en la Universidad de Harvard durante siete años. También enseñó en la Universidad de Nueva York, antes de acabar en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

UN MILAGRO PARA EL DESAYUNO

A las seis en punto ya esperábamos el café,
esperábamos el café y la migaja caritativa
que iban a servirnos desde cierto balcón
—como reyes antiguos, o como un milagro.
Todavía estaba oscuro: un pie del sol
se posó en una larga onda del río.

El primer ferry del día acababa de cruzar el río.
Con tanto frío, confiábamos en que el café
estuviera muy caliente —ya que el sol
no prometía ser tibio— y en que la migaja fuera
un pan para cada cual, con mantequilla, por milagro.
A las siete, un hombre salió del balcón.

Permaneció un minuto, solo, en el balcón
mirando hacia el río por encima de nuestras cabezas.
Un sirviente le alcanzó los elementos del milagro:
una simple taza de café y un panecillo
que él se puso a desmigajar —su cabeza
literalmente entre las nubes, junto al sol.

¿Estaba loco el hombre? ¿Qué cosas bajo el sol
intentaba hacer, allá arriba en su balcón?
Cada cual recibió una migaja, más bien dura,
que algunos arrojaron desdeñosos al río,
y en una taza una gota del café. Entre nosotros,
hubo quienes siguieron esperando el milagro.

Puedo contar lo que vi entonces. No fue un milagro.
Una hermosa mansión se alzaba al sol
y llegaba de sus puertas aroma a café caliente.
Al frente, un balcón barroco de yeso blanco,
guarnecido por pájaros de los que anidan junto al río
—lo vi pegando un ojo a la migaja—

y corredores y aposentos de mármol. Mi migaja
mi mansión, hecha milagro para mí,
a través de los siglos, por insectos y pájaros y el río
que trabajó la piedra. Cada día a la hora
del desayuno, me siento al sol en mi balcón,
encaramo en él los pies y bebo litros de café.

Lamimos la migaja y tragamos el café.
Al otro lado del río, atrapó al sol una ventana
como si el milagro se hubiera equivocado de balcón.


PAISAJE MARINO

Este paisaje celestial, con garzas blancas que
ascienden como ángeles
volando tan alto como quieren y hacia ambos lados
tan lejos como quieren
en hileras y más hileras de inmaculados reflejos;
esta región entera, desde la más alta de las garzas
hasta la ingrávida isla de mangles, aquí abajo,
con sus brillantes hojas verdes nítidamente orladas
de excrementos
de pájaros, como estampa iluminada sobre plata, y
los arcos
tan sugestivamente góticos de las raíces del manglar
y los hermosos prados verde habichuela
donde a veces un pez salta como una flor silvestre
en un ornamental rocío de rocío;
este cartón de Rafael, para alguna papal tapicería,
se parece al paraíso.
Pero el faro esquelético que allí se alza,
de clerical vestido blanco y negro, siempre alerta,
piensa que él sabe la verdad de las cosas.
Piensa que el infierno hierve a sus pies acerados,
que por ello son tan cálidos los bajos de las aguas;
sabe que el paraíso es diferente.
El cielo no es como volar o nadar,
tiene algo que ver con la negrura, y una fiera mirada,
y cuando se ensombrezca, recordará el faro
algo bastante rudo que decir sobre el tema.

INVITACIÓN A MISS MARIANNE MOORE

Desde Brooklyn, por encima del puente
de Brooklyn, en la mañana espléndida, por favor
ven volando.
En una nube de substancias químicas,
ardientes y pálidas,
por favor ven volando
al rápido redoble de miles de tambores
pequeños, azules,
que bajan desde el cielo aborregado
por las graderías resplandecientes
de las aguas del puerto,
por favor ven volando.

Silbatos, gallardetes y humo estallan. Las naves
se hacen señales cordiales con multitud de banderas
que se elevan y se abaten sobre la bahía como
pájaros.
Entran en escena dos ríos: graciosamente,
portan diáfanas, pequeñas, innumerables aguamares
en centros de cristal de roca sobrecargados de
cadenas de plata.
Será un vuelo seguro. Que haya buen tiempo
es asunto arreglado. Las olas
corren en verso esta espléndida mañana.
Por favor ven volando.

Ven: con zapatos negros que despidan
por las puntas, afiladas un destello de zafiro;
con una capa negra de alas de mariposas
y de ocurrencias; con sabe Dios
cuántos ángeles montados en la negra
y ancha ala de tu sombrero.
Por favor ven volando.

Trae contigo un ábaco, musical, inaudible,
y un ligeramente reprobatorio entrecejo
y unas cintas azules.
Por favor ven volando.

Hechos y rascacielos relumbran en la marea;
Manhattan, esta espléndida mañana,
está empapada en buenos principios. Entonces,
por favor ven volando.

Montada en el cielo con innato heroísmo,
por encima de los accidentes y las películas inmorales,
por encima de los taxis y las injusticias de
toda especie,
mientras soplan los cuernos en tus lindos oídos
que simultáneamente escuchan una suave,
no inventada música apta para almizcleros,
por favor ven volando.

Tú, por quien se comportan los más rígidos museos
con igual cortesía que el gasta-reverencias
ave-macho; a quien esperan los afables
leones que descansan sobre la escalinata
de la Biblioteca Pública, ansiosos
por saltar y seguirte puertas adentro
hasta la sala de lectura,
por favor ven volando.

Con dinastías de construcciones en negativo
que se vayan tornando ininteligibles
y caigan muertas a tu alrededor;
con una gramática que de improviso vire y brille
como el plumón de las aguanieves en pleno vuelo,
por favor ven volando.

Ven como una luz por el cielo blanco
y aborregado, como un diurno
cometa provisto de una larga,
no nebulosa cola de palabras;
desde Brooklyn, por encima del Puente
de Brooklyn, en la mañana espléndida
por favor ven volando.


Elizabeth Bishop

traducción de
Ulalume González de León
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Coordinación de Difusión Cultural
Dirección de Literatura
México


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