VIDA DE VACA
Leonor Roquett
Siempre se había sentido tan especial, todas las mañanas se levantaba con la luz del sol en sus hermosos párpados, el canto del gallo llegaba a su aposento mientras estiraba sus coquetas pezuñas. Definitivamente era la favorita del señor, siempre la cuidaba: "Este hombre si me quiere. No me puedo fijar en esos toros cuando tengo estas fuertes manos que me cuidarán hasta el fin de mis días; él se fija más allá de mis brillantes manchas negras o de mis largas pestañas, él me quiere por lo que soy".
Mientras el gallo continuaba su alarmante canto, unos pies fríos se posaron en las tablas de madera, caminaron hacia el baño en donde después de lavar su cara el granjero observó a la vaca, tan inerte, sucia, casi estúpida a veces; era el animal que más odiaba, su olor le repugnaba, el tiempo que pasaba cuidando a aquel asqueroso animal era sólo por obligación, pero contaba los días para el término de ese lastimoso deber.
Al oír los fuertes pasos de su fiel amado la vaca se paraba en la pose más seductora que un animal de cuatro patas podía lograr, sus ojos brillaban y su cola realizaba movimientos casi hipnóticos, sabía que todos los métodos que con tanta precisión estudiaba y practicaba en sus ratos de soledad surtían efecto ya que, el hombre en cuestión, no pasaba un día sin visitarla y las comidas románticas que le servía a diario la impresionaban cada vez más, los ricos manjares de pasto que le brindaba no se comparaban con aquellos ofrecidos por sus pretendientes toros.
Mientras él se acercaba, los sonidos de ese condenado animal se hacían más fuertes, el olor penetraba en su cuerpo mientras sus pies seguían moviéndose casi a manera de tortura al inevitable encuentro. Observaba su pelaje, sus movimientos torpes y su molesta presencia mientras la atendía con la mayor rapidez posible, sin olvidar que ese día se acercaba cada vez más con el pasar de los minutos.
La vaca pasaba el día recreando en su cabeza el tan precioso momento, y realizando planes para el siguiente día, pero ésta no era cualquier vaca, ella era ambiciosa, se veía a sí misma como dueña y señora de la hacienda porque la relación sería formal. La vaca se perdía en tan hermoso recuerdo. Al parecer la vaca no escuchaba la risa constante de sus compañeros animales, se habían cansado de hacerla entrar en razón y se limitaban a hacer comentarios entre ellos en forma jocosa.
El granjero se sentía feliz de que su momento con la vaca había terminado, aunque lo atormentaba la idea de que el próximo día otro espantoso encuentro se tenía que llevar a cabo. Pero pronto su tormento terminaría.
Ese día el gallo cantó de manera más estruendosa, los animales susurraban la noticia conocida por todos, por todos excepto por la vaca, lo spollitos reunidos en grupo movían sus pequeñas alitas mientras el granjero caminaba con paso decidido.
Al ver que el granjero deseaba llevarla a un lugar alejado la vaca no puso resistencia. El granjero, aún asqueado por la cercanía del animal caminaba de forma apresurada. La vaca con sus grandes y enamorados ojos se dejaba llevar por tan fuertes manos, deseando que ese moento durara para siempre. Al fin llegaron al lugar, ambos corazones latían sin cesar, ambos nerviosos, exaltados por lo que venía; el común ruido de los animales era inexistente.
La vaca al ver los brillantes cuchillos al frente de su cuerpo sintió una enorme decepción, una tristeza que hacía brotar lágrimas de sus ojos. Se sentía traicionada, humillada, decepcionada ante su propio destino. Allí estaba él, causante de tantas alegrías y ahora de tanto sufrimiento, batiendo los cuchillos en señal de victoria. Era el momento más esperado, su felicidad se notaba en su brillante sonrisa, mientras saboreaba de forma anticipada la rica parrilla del almuerzo del próximo día, mientras la vaca reafirmaba entre sollozos que todos los hombres son iguales.
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