viernes, 7 de agosto de 2009

Todos los muertos que conozco, a
excepción de dos, están en esta
ciudad. Algunos están enterrados, otra
esparcida en la montaña, los
demás enmarcados, algunos siempre
jóvenes, otros ya no tanto, es
otra manera que tiene la ciudad de
mantenernos cruelmente dentro
de sus límites.

Me paro en una esquina solo para verte
cruzar, llegar de otro punto
de la ciudad y pasar sin verme.
La ciudad tiene su maldad y la ejerce:

nos deja solitarios e invisibles con la mano extendida.

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